La crisis económica no deja de flagelar a miles de personas
que viven sometidas a una terrible presión, dejándolas sin esperanza y sin
ganas de luchar. Ante la carencia, lejos de sacar fuerzas de donde no tienen,
acaban rindiéndose. Meditando, sentado en un banco del parque de la Ciudadela,
observaba a un señor que he visto más de una vez. De tez morena y pelo rizado,
con el rostro un poco deformado y señales de vejez prematura, tenía la mirada
fija en ninguna parte, los ojos apagados y tristes. Miraba sin mirar, como si
el vacío lo hubiera invadido. Estaba allí, pero no estaba. Quizás esa
desconexión sea un mecanismo sicológico para sobrevivir ante una realidad
demasiado cruda.
Allí permanecía, inmóvil, como si durmiera con los ojos
abiertos, escondiéndose de sí mismo en una madriguera invisible hecha de
ausencia y olvido. Tan ensimismado en la cueva de su existencia que era incapaz
de darse cuenta de que el sol acariciaba sus mejillas, el día era luminoso y
las hojas de los árboles susurraban a su alrededor.
Y pensé que para muchos la vida se convierte en un latigazo,
pero encerrarse en si mismo tampoco es una salida. No ven, no huelen, no
sienten. Su tiempo no es tiempo, su vida no es vida. No saludan cada día como
una nueva oportunidad. No admiran la belleza de los colores que les rodean. No
ven que cada mañana el ciclo de la vida se renueva con toda su fuerza. Inerte,
echado en el banco, aquel hombre era incapaz de respirar la belleza.
Se me encogió el corazón y tuve el impulso de dirigirme
hacia él. Quizá había pasado la gélida noche lidiando con su soledad. ¿Dónde está
su libertad? Perdida, como su hogar. Ahora su casa es un banco y sus enseres
son cuatro cartones para amortiguar la dureza de la madera. El frío y el sol
han quemado su piel, pero no dan calidez a un corazón falto de afecto y
ternura.
Cuántas historias rotas, cuántos adultos entrando en la
ancianidad completamente desvalidos, solos, apartados. ¿Qué le pasó a este
hombre para que su dignidad se vea tan pisoteada? Si esto ocurre es porque en
la sociedad todavía faltan recursos para todos aquellos que, por
circunstancias no queridas, se encuentran al límite de no valorar su propia
vida. Si esto ocurre es porque no hay consciencia de “pecado social”. Falta una
ética fundamentada en la hermandad existencial, además de los recursos
necesarios para atender a quienes sufren, social y laboralmente.
Muchos caen en la desesperanza. Un grito silencioso salió de
mi corazón ante la injusticia. Me sublevé, interiormente, mientras aquel
hombre, frente a mí, era ajeno a todo cuanto sucedía a su alrededor. Sumido en
su letargo, prefería no abrir los ojos del alma.
No soñar nada, no creer en nada, casi ni respirar: este es
uno más entre miles que ya no tienen fuerza para mirar adelante, que prefiere no
sentir porque la vida resulta demasiado dolorosa. Prefiere no fiarse de nadie,
como si el resto del mundo fuera cómplice de su angustiosa soledad. Vive en
plano y ve en blanco y negro; prefiere el vacío antes que arriesgarse a confiar
en un alma generosa. Quizás un desamor, una traición, un despido, un desprecio
o una ruptura lo han desengañado. Su horizonte es un abismo.
Todos tenemos derecho a una vida digna, a un trabajo estable
y a ser felices. Este es el deseo de Dios hacia su criatura y el anhelo más
profundo del ser humano: crecer, amar, gozar, surcar los vientos de la libertad
para alcanzar la máxima plenitud humana. En esto radica la esencia más genuina
de la vida: mirar más allá de uno mismo, hacia la trascendencia.
Recé en silencio. Solo desde el silencio podemos ahondar en el misterio de nuestro propio ser. Me dirigí a Dios y le pedí que sacara a ese
hombre del pozo que es uno mismo cuando
se hunde en las entrañas de su miseria. Cuesta mucho salir, porque la misma luz
molesta al que se ha acostumbrado a vivir en tinieblas. Para un náufrago de la
vida, que ha perdido el norte y camina hacia ninguna parte es difícil salir del
laberinto de su existencia. Solo desde la caridad podemos convertirnos en
brújulas para todos aquellos que han perdido el rumbo y han olvidado la
felicidad, a la que todos estamos llamados desde la concepción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario