A sus 92 años, su corazón dejó de latir. Paula fue una
superviviente que desafió retos difíciles en su vida. Ahora, abatida por la
muerte, culmina su trayectoria dejándonos un enorme bagaje y experiencia.
Trabajadora incansable, se abrió camino en medio de un
abismo que la rompió emocionalmente, su precoz viudedad. Venía de un pueblo
extremeño, muy pobre, y se lanzó a la aventura de la gran ciudad. En Barcelona
se sumergió como una pequeña mota anónima en el frenesí del laberinto urbano.
Sin experiencia alguna, tuvo que sacar de sí el coraje de una madre que se
esforzaba, en un medio hostil, por reconstruir su familia. No fue fácil para
ella. Tuvo que dejar a sus hijos en Badajoz. Pero poco a poco, con su trabajo,
fue dando estabilidad a la familia. Mujer atrevida, audaz y luchadora, de
profesión cocinera, dirigió durante un tiempo la cocina de la clínica Teknon,
centro sanitario referente en Barcelona. Corrían los años 60. Diez años después
pudo realizar su sueño de reunir a todos sus hijos con ella en Barcelona.
Inició entonces otra aventura: fortalecer el frágil tejido
familiar, algo que no fue sencillo y que supuso un profundo desgaste físico y
emocional. Pero esta era Paula: nunca le faltó pasión, fuerza ni aliento.
Exprimió la vida hasta el último segundo. De fuerte personalidad, no dejaba a
nadie indiferente.
Ahora ya descansa en paz. Cuando la vi yaciendo en su cama,
sin vida, quedé sobrecogido. La fuerza e intensidad que corrían por sus venas
cuando vivían había desaparecido. Allí estaba, en aquella habitación del
hospital, un cuerpo silencioso y yerto.
Hoy, contemplando el mar, veo las olas que barren la orilla,
arrastrando la arena una tras otra. Miro hacia la inmensidad del horizonte y pienso
que mi madre atisba ya otra frontera: la puerta de la eternidad.
Hoy, día 19 de noviembre, celebro la misa funeral en su
memoria. Le pido a Dios que un día podamos reencontrarnos. Cuando decimos adiós
a alguien siempre esperamos volverlo a ver. Los seres a quien amas de verdad
nunca acaban de morir en el corazón. Ya no solo viven en el recuerdo: la fuerza
del amor es poderosa y capaz de franquear el muro de la muerte. Por la
providencia de Dios, que desde su infinita misericordia nos prepara una vida
más allá.
Este es el sentido más genuino del misterio de la
celebración eucarística: una misa es la celebración de la vida sobre la muerte.
Cristo resucitado, pasando por su pasión, muerte y resurrección, es el centro de
la eucaristía. Él nos ha abierto el camino de una nueva vida. Él abrirá las
puertas del cielo a Paula. Hoy no celebramos su muerte, sino el paso de la
muerte a la Vida con mayúsculas. Celebramos el triunfo de su combate terreno.
Junto a Dios, ya disfruta de una existencia plena.
Con emoción contenida, presido la celebración. El altar es la antesala, el puente
entre el cielo y la tierra. Mientras elevo a Cristo, en la consagración, siento
muy cerca a mi madre y pido al Señor que acoja su alma. Le has dado una larga
vida, 92 años, y ahora vuelve a ti. Ya está contigo para siempre.
El 5 de noviembre una lluvia plateada caía sobre las
acacias. Hoy, 19 de noviembre, un perfume de eternidad asciende sobre el altar
del banquete eucarístico.
Me siento arropado por la comunidad, por mis familiares y
muchos amigos. Al final de la celebración se lee el escrito que dirigí a mi
madre, Gotas de plata bajo las acacias.
Un torrente de gratitud atraviesa mi corazón y ya no puedo contener el llanto.
Pero las cálidas y bellas miradas de todos los que me rodean, sus lágrimas, sus
abrazos al terminar la misa, me llenan de ternura y me hacen sentir la cercanía
de mi comunidad, de mis amigos, y la fuerza hermosa de la Iglesia. Todos
unidos, vibrando emocionados, podemos sentir la maravilla de un Dios cuyo único
deseo es la felicidad de su criatura. Esta es la grandeza de la Iglesia de
Cristo: caminar juntos, fraternalmente, hacia él, que nos lleva al gozo del
Padre.
21 noviembre 2014
Quin text més preciós. M'he emocionat.
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