Cuántas noches nos ha costado conciliar el sueño. La noche
se nos hace interminable, los segundos se convierten en minutos y los minutos
en horas. Largas noches en las que parece que la oscuridad se ha tragado la
luz. Pienso en tantas personas que temen pasar la noche en vela. Dan vueltas y
más vueltas, buscando una posición cómoda, pero no acaban de encontrarla y poco
a poco el tiempo se les hace insoportable. El motivo puede ser un dolor, una
preocupación, una enfermedad o un duelo, un vacío existencial, miedo a la
oscuridad, o unos hábitos nocturnos no corregidos. Querríamos que la noche
pasara en un abrir y cerrar de ojos, veloz, para volver a ver la luz.
Pero más allá del aspecto patológico del insomnio me refiero
a ese agotamiento en la carrera de la vida que sufren muchas personas. Hoy
podríamos decir que nuestra sociedad está enferma por la excesiva aceleración
que la lleva a vivir a un ritmo estresante y se apodera de su paz y su
descanso. Ansiolíticos y tranquilizantes provocan un sueño artificial a miles
de personas. Pero esto va debilitando el sistema inmune y el cuerpo enferma por
falta de descanso y de reparación. Así se da la contradicción de que muchos
toman un medicamento para dormir y luego otro para estar despiertos. Al final,
acaban viviendo entre el frenesí y el sonambulismo.
Todo esto me hace reflexionar. Cuando las drogas tóxicas se
hacen necesarias para vivir hay algo muy serio que hemos de plantearnos: desde
los padres y madres hasta los maestros, psicólogos, médicos, la sanidad pública
y las instituciones hemos de responder a los desafíos más acuciantes de la
persona. Una sociedad enferma y anestesiada es una sociedad manipulable, y una
sociedad manipulada pierde la razón de ser. Estamos ante el imperio de la
farmacología y la fragilidad del ser humano, que busca compensar la pérdida de
identidad con medios artificiales. Nos encontramos ante un fenómeno alarmante:
el de una civilización de zombies teledirigidos que han perdido el norte en sus
vidas. Metidos en un laberinto sin salida, la droga, el alcohol, los juegos y
las adicciones a cierto tipo de relaciones revelan una huída hacia adelante.
Nos encontramos ante un hombre fragmentado, roto, con un corazón vacío y una
mirada apagada, con una identidad perdida y una vida que transcurre entre la
náusea y la trágica noche que intenta esquivar para no afrontar su miseria. Puede
haber una razón última para el insomnio: el miedo a afrontar la propia
realidad, cómo pienso, cómo siento, cómo vivo, cómo asumo las contrariedades de
la vida, cómo me posiciono ante mí mismo y ante los demás.
¿Acepto con serenidad los problemas y desafíos que se me
presentan? No dormir ni descansar desvela que tanto nuestro corazón como
nuestro espíritu, nuestra energía y nuestra alma, están rotos. La presión y el
dolor son tan hondos y graves que alertan al sistema nervioso y nos impiden el
reposo. Cuando nos da vértigo enfrentarnos a los retos de cada día caemos en
una crisis más honda que la falta de sueño. La crisis es no reconocer qué es
estar sano y qué sentido tiene la vida. La oscuridad es temida por aquellos que
no duermen. Las noches se les caen encima como una losa que oprime su corazón.
¿Cuál es el mejor ansiolítico? El antídoto ante una noche
interminable es convertirla en un largo e intenso momento, en un viaje hacia el
ser más profundo que hay en ti. Pregúntate con serenidad qué sentido tiene tu
vida, hacia dónde vas. Mírate al espejo y coge con firmeza las riendas. Sé
lúcido y convierte la noche en el preludio de un hermoso día. Así nunca más
temerás al silencio y a la oscuridad. El recogimiento te invitará, con paz, a
sacarle el jugo a la jornada y a reconciliarte contigo mismo y con los demás,
perdonándote por los errores cometidos.
Aprender a gestionar tu propia realidad haciendo una tregua
contigo mismo te ayudará a vivir la noche como una experiencia de crecimiento
personal. Esta es la mejor medicina para inducir el sueño. Abraza tu realidad,
solo así dormirás abandonado y en paz.
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