Somos frágiles
Sabemos que la fragilidad es inherente a la persona. Nuestra
naturaleza es limitada y como tal estamos sometidos a una tensión constante
entre la salud y la enfermedad. Desde un punto de vista médico la enfermedad
revela una situación de desequilibrio de nuestras constantes vitales. Este desajuste
puede ser causado por lo que pensamos, sentimos, vivimos, comemos… y sobre todo
por cómo nos relacionamos. Aunque no hay que negar la importancia de la
genética y el entorno familiar, en la enfermedad es decisiva la capacidad de
gestionar los conflictos y digerir nuestras contradicciones internas.
Un problema emocional se puede somatizar y convertir en un
grave trastorno orgánico, hasta invalidarnos para las tareas cotidianas. Hemos
de distinguir una enfermedad sobrevenida, como un accidente, una lesión
vascular o una infección, en principio ajenas a uno mismo. Pero una experiencia
mal vivida puede afectar al sistema inmunitario, debilitar el cuerpo y producir
una enfermedad que afecte al funcionamiento de los órganos. La neurociencia está revelando la íntima
relación entre nuestras emociones y las patologías del cuerpo. El cómo
afrontamos dichas enfermedades puede ser decisivo para nuestra mejoría.
La enfermedad puede ser una gran lección para crecer o una
oportunidad para sacar partido del sufrimiento.
Oportunidad o victimismo
A lo largo de mis años como sacerdote he tenido la ocasión
de conocer a muchas personas y he aprendido a discernir con cuidado. Cuando la
enfermedad te paraliza puede convertirse en un revulsivo excelente que sirve
para plantearse el sentido de la vida. Pero también puede ocurrir al revés: hay
quienes han encontrado en ella la gran excusa para no afrontar la realidad cara
a cara.
En estos casos, el enfermo saca rédito de su dolencia,
generando simpatía y solidaridad a su alrededor. Su condición se agrava y se
complica hasta llegar a situaciones dolorosas y absurdas. Lo peor es cuando
estas personas hacen de la enfermedad un espacio de confort. Se vuelven
dependientes y utilizan todas sus armas para convertirse en el centro del mundo
y reclamar la atención y la compasión de quienes les rodean. Acaban rindiéndose
culto a sí mismos y obligan a los demás a estar pendientes de ellos: son
diosecitos necesitados ante los que hay que hacer reverencia.
Los enfermos que hacen de su dolencia un modus vivendi
atrapan a mucha gente abusando de su bondad. Emplean el chantaje emocional
apelando a su soledad, llegando incluso a insinuar el suicidio ante una
situación desesperada y precaria. Elaboran un discurso amenazador para que los
demás estén por ellos. Cuando la enfermedad adquiere estas dimensiones es un
signo de alerta: lo emocional se transforma en patológico, y de lo patológico
se pasa a lo psiquiátrico. Cuánta gente vive atrapada en estas situaciones. No
viven a gusto, y tampoco dejan vivir a los que están cerca.
A menudo nos encontramos con conocidos enfermos que, cuando
les preguntamos cómo están, responden que cada vez peor. ¿Por qué están peor?
¿Qué hacen? ¿Cómo sienten? ¿Qué piensan? ¿Cómo se relacionan con los demás? ¿A
quién le echan la culpa de sus males?
Nos cuesta reconocer que solo en nosotros está la decisión
de estar bien o mal. Lo que es insensato es hacer culpable al resto del mundo
de nuestra situación. ¡Cuánta humildad y gratitud nos falta! Creemos que somos
el ombligo del mundo. Cuántos enfermos se han convertido en vampiros agarrados
a la yugular de sus familiares.
Miedo a amar, miedo a vivir
¿Y si en el fondo hay en ellos un temor a la aceptación, un
miedo a ser humildes y encajar su propia realidad? ¿Y si el problema más
profundo es una incapacidad para amar y dejarse amar? Más allá de lo que
pensamos y somos hemos de aprender a dar y a darnos. ¿Nos da vértigo tomarnos
en serio la aventura del amor? Porque amar nos pide descentrarnos de nosotros
mismos, purificar nuestras intenciones, alcanzar madurez y llegar a la entrega
total e incondicional al otro, olvidándose de uno mismo. El ser humano está enfermo
de amor y cuando el amor le falta se
rompe y se automutila, haciéndose pasto de todo tipo de enfermedades. Solo el
amor puede llegar a transformar nuestro propio ADN, modificando nuestras redes
neuronales y despertando la capacidad de autoregeneración de nuestro cuerpo.
Cuando la persona se pone a modo de amor y de gozo se desencadena una fiesta para las
neuronas y todos los procesos químicos del cuerpo se ponen en marcha para
producir bienestar, sosiego y recuperación. El cerebro que ama segrega neurotransmisores
que nos hacen sentir alegría y calma, y nuestra salud mejora.
Uno es responsable y libre para decidir ser dueño de su vida
o dejarse arrastrar hasta el precipicio. Jugar con la enfermedad denota, en el
fondo, un terrible vacío interior. Negarse a ver ese abismo se convierte en una
huida hacia adelante. Estos enfermos no se dan cuenta de que toda enfermedad,
psicológica o física, puede llegar a superarse si uno, con valentía, sabe
ponerse delante del toro. El gesto de levantarse y encarar la vida ya despierta
los recursos suficientes para empezar a resolver el problema. Cuando uno se
desinstala y sabe afrontar el miedo está dando el primer paso para cambiar. Si
cuenta con amigos y familiares, personas que pueden ayudarle de verdad a salir
de su pozo, comenzará a vivir la vida con más serenidad y armonía.
Atrévete a elegir la vida
Eliges sobrevolar sin miedo la tormenta o hundirte en tus
propias arenas movedizas. Eliges el desafío de la libertad o el miedo
paralizante. Eliges la valentía de lo desconocido o el aburrimiento de la
rutina cotidiana. Eliges mirarte al espejo cada mañana y dibujar sobre él la
hazaña de tu día o te rindes antes de luchar bajo la sombra de fantasmas
virtuales. Eliges aceptar el sufrimiento que conlleva el amor o anestesiarte
porque te da pánico respirar y entregarte. Eliges la inseguridad de un futuro
mejor o la seguridad de un presente trivial. Finalmente, eliges amar o no amar.
Si eliges amar vivirás con plenitud, aunque no te libres de contradicciones ni
problemas. Si eliges no amar y encerrarte en tu cómoda celda la sombra irá
oscureciendo tu corazón hasta enfermar tu alma y tu cuerpo.
Entre tu consciencia y tu yo completo hay mucha más
distancia de lo que crees. Atrévete a surcar ese océano interior que te llevará
al gran tesoro de tu corazón. Será entonces cuando la enfermedad no te postrará
sino que encontrarás en ella una gran oportunidad para maravillarte de la
grandeza de tu ser.
Cuánto oro se puede sacar de nuestras limitaciones. Podemos
decir que hay “enfermos sanos”, porque lo físico y lo psicológico no han
afectado a su alma ni a su vida espiritual. Es entonces cuando los ciegos verán, los sordos oirán y los
cojos caminarán; los esclavos serán libres. Nada nos hará caer si sabemos
que hay una fuerza más allá de nosotros mismos, que nos sostiene y nos anima. Atrévete
a elegir la vida.
¡Cuánta sabiduría y experiencia hay en su escrito!
ResponderEliminarMuchas gracias