El día amanece agitado por el viento. Ráfagas persistentes
azotan la morera del patio; su tronco firme aguanta las sacudidas, pero sus ramas
se doblan, casi con dolor. Cada latigazo arranca una bandada de hojas que caen
sobre el patio. La copa del árbol, de un verde otoñal que palidece, se va
desnudando.
La mañana clarea y la morera sufre sin piedad el flagelo del
viento. No sé si hablar de dolor, pero cuando escucho el gemido de las ramas no
puedo dejar de pensar que todo ser vivo tiene un grado de sensibilidad.
Escuchando el lamento del follaje y el silencio de sus raíces he sentido que el
árbol es más que tronco, ramas y hojas: es un ser que se ve atormentado en su
fragilidad, castigado por las inclemencias del otoño. No he podido frenar un
deseo de abrazarla, por su ancho y húmedo tronco. Mi morera inspiradora, que
acoge silenciosa tantos anhelos de trascendencia, convirtiendo mi pluma en un
canto a la belleza que despliega desde sus raíces escondidas hasta las
majestuosas ramas que acarician mi corazón. Bajo ella mi alma se ensancha. Ella
hace mi vida más bella.
La miro y veo cómo se mantiene erguida pese al viento
arremolinado. Hasta mis oídos llega su gemido constante, como de un parto
forzoso en el que se ve obligada a desprenderse de sus hojas. Percibo su
resistencia, su lucha interior y su fuerza. Se mantiene en pie, pese a las
embestidas.
Cuántas veces el corazón humano se ve sometido a vendavales
interiores que sacuden su existencia sin piedad. El viento huracanado de hoy
sobre la morera me ha hecho pensar que así somos las personas. Cuanto más
enraizados estemos, nada ni nadie tumbará nuestros anhelos y esperanzas. La
morera embellece el patio con su copa generosa que nos cubre con su amplia
sombra. Cuando sopla una brisa delicada, su frescor acaricia nuestra piel. Hoy,
aguantando el fuerte viento, quiere ser leal a su misión de embellecer el
paisaje del entorno parroquial. No se rinde; el viento agresivo no la tumba.
Una vez ha pasado la tempestad de viento le he prometido que
hoy explicaría a mis amigos su valentía, su hazaña, su logro. Morera, sigue
regalándonos tu corazón delicado y a la vez fuerte, que hoy ha luchado como un
gladiador. El viento te ha arañado con sus zarpas y dentro de ti algo se ha
sacudido, pero sigues viva, aunque con menos hojas, acogiendo a todos aquellos
que se acercan a tu resguardo. Siempre te he visto exuberante, ensanchando tu
corazón hospitalario, pero hoy te he visto en pleno combate contra las fuerzas
del viento. Te he visto pelear como un león protegiendo a sus cachorros. No
querías que el viento te arrancara de cuajo ni que te derribara al suelo. Tus
gemidos me han llegado al alma. Ahí estabas, aguantando sin doblegarte, firme,
de pie. Has ganado una batalla de horas. ¡Cuánto me has enseñado hoy! Si
estamos bien anclados en el eje de nuestra vida ni los aguaceros ni los vientos
podrán con las fuerzas desconocidas que hay dentro de cada uno. A veces la vida
es una lucha que hay que saber afrontar sin perder las raíces más profundas:
nuestros valores, aquello en que creemos, los fundamentos sólidos que nos
ayudarán a permanecer, a ser fieles a aquello que somos y a nuestra vocación.
Cuando el viento deja de soplar, siento alivio y me
tranquilizo. Más tarde, el sol cenital lo cubre todo con su calor. Sus rayos
espléndidos acarician las ramas heridas y se posan sobre las hojas caídas. De
nuevo, morera, vuelves a lucir tu copa llena de color. Vuelves a estar bella
antes de que el invierno te acabe de despojar de tu hermoso vestido. Entonces
tus ramas dormirán hasta que vuelva a estallar la primavera.
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