Perseguir nuestras metas nos pide tiempo, dedicación,
sacrificio, realismo y capacidad de discernimiento para calibrar si estamos en
el camino correcto, pues si no, podemos despistarnos fácilmente y tomar una
dirección contraria, desviándonos hacia ninguna parte.
Cuando los planes no funcionan
No se puede llevar a cabo un plan sin tener en cuenta lo
real: lo objetivo, lo medible, lo tangible, para poder realizar un buen trabajo
de análisis y evaluación. Sólo con una mente clara, y después de medir las
propias fuerzas y recursos, con todas las variantes contempladas, uno puede
iniciar de manera serena y lúcida, el camino que lo lleve a culminar su
proyecto. De no ser así, se alejará cada vez más de la realidad y del
cumplimiento de sus sueños.
Pero ¿qué ocurre a veces? Que uno lo arriesga todo y no hay
manera de conseguir aquello que se desea. ¿Por qué?
Si el plan trazado no está bien pensado desde el principio,
pueden surgir muchas trabas y problemas que lo hagan inviable.
Puede fallar el plan. Puede ser necesaria una revisión de
las intenciones auténticas. Puede fallar el enfoque, o los recursos. Tal vez
hemos puesto el acento donde no teníamos que ponerlo, y esto hace que nos
alejemos del objetivo. Si no nos percatamos a tiempo, nos desviaremos cada vez
más y un error puede llevar a otro, hasta que terminamos perdidos en una maraña
de problemas y dificultades. Ya no sabemos dónde estamos, sólo sabemos que
nuestra diana parece.
El fallo puede ser de fundamento. Quizás el plan se ha
trazado sobre una base falsa, una realidad subjetiva o una proyección de
nuestros deseos y necesidades. Esto nos puede complicar las cosas hasta llegar
a situaciones límite. A medida que se pierde la capacidad racional, podemos
cometer grandes errores. La realidad es tozuda, cruda y despiadada. Hay que
aceptarla y asumirla como es, aunque nos cueste. Nuestras ilusiones no pueden
obviarla, no la van a negar ni a cambiar, por mucho que queramos. Por muy dura
que sea, y por mucho que nos descoloque, es lo que hay.
La realidad se impone
Negarla nos lleva a la obsesión e incluso a la violencia,
porque no hay manera de culminar el plan, y nos enfadamos. Perdemos la
capacidad de análisis, de razonar, y empezamos a dar vueltas y vueltas,
regresando siempre al punto de partida. Nos instalamos en la irracionalidad y
en nuestros sueños, y podemos permanecer así durante mucho tiempo, esperando lo
imposible porque la meta que nos planteamos era errónea y no hemos sabido
corregir a tiempo nuestros planes. La obstinación y la imposibilidad de
llevarlos a cabo acaban frustrándonos.
Hasta que la realidad se impone y, de pronto, nos hace abrir
los ojos y tocar plenamente de pies a tierra. Entonces nos damos cuenta de que
hemos pasado años dando tumbos y bailando al son que marcaba nuestra
ensoñación, lejos de lo que ocurría en la realidad.
Qué importante es contrastar nuestros planes, pedir
opiniones y consejo, escuchar, con actitud humilde, y aprender cuando no
sabemos. La soberbia de creer que lo sabemos todo y que todo está bajo control
nos puede lanzar a un pozo sin fin, incluso a renunciar a nuestros principios
éticos, viviendo una experiencia de continuo desgaste hasta llegar a
situaciones sin sentido, y aislándonos de la comunicación con los demás. Cuando
perdemos los vínculos con los demás, estamos perdiendo algo esencial de nosotros
mismos.
Lo que es irrenunciable
No todos los planes son viables, ni logran buen fin. A veces
hay que aprender a perder con dignidad, y a renunciar cuando la meta es
imposible. No podemos poner en juego lo que es sustancial a nuestro ser. Saber
perder, asumir una derrota, es una gran lección para replantear nuestra jugada.
Hemos de ser humildes porque hay cosas que no siempre podremos conseguir,
aunque las deseemos tanto. Pero sí podemos cambiar para afinar mejor y aprender
de estas experiencias. Hemos de estar muy despiertos para no desanimarnos y
saber retroceder a tiempo para reenfocar.
Todo lo que se aparta de la realidad real nos lleva hacia el pantano de las ilusiones, que, a veces, son
más fuertes que la misma realidad si no vigilamos, y nos hunden en sus arenas
movedizas. Cuanto más insistimos en avanzar por ahí, más nos hundimos en la
miseria interior. Ojalá aprendamos a abrazar la realidad tal y como es, y no
como quisiéramos que fuera. Aunque eso signifique parar a tiempo y renunciar a
un plan que sólo ha conseguido llevarnos a un laberinto sin salida.
Cuando el plan te hace perderlo todo, incluso lo que más
quieres, es que estaba mal concebido. Cuidado cuando nuestro plan esté dirigido
solamente a objetivos materiales. Es legítimo obtener ganancias, pero que esto
no nos haga perder un mayor valor: la presencia y el afecto de los tuyos, de
tus amigos. Y, sobre todo, tus propios valores. Si el plan se traza con razón y
corazón, será más fácil emprender un buen camino hacia tus sueños reales.
Cuando un plan que parece bueno no funciona... ¡Ahí das con el dedo en la llaga! Nos cuesta reconocer dónde falló, y más si el fallo está en su misma raíz, en sus intenciones, en su enfoque. Pero el fallo esencial es este: que no tenga en cuenta la realidad, con la que siempre acabaremos topando. ¡Gracias por recordárnoslo en este escrito! Lo necesitamos.
ResponderEliminar¡Qué buenos consejos! No podían ser de otra manera cuando vienen de un padre... de la Iglesia.
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