domingo, 22 de noviembre de 2020

Instalados en la irrealidad

Todos deseamos vivir para llevar a cabo nuestras metas y deseos. La vida no siempre es fácil y necesitamos de mucha creatividad e ingenio para hacerlos realidad. Es absolutamente loable que estos objetivos sean altos y requieran de autoexigencia para culminarlos, en cualquier ámbito en el cual nos sintamos realizados. Para ello hemos de poner toda la carne en el asador, arriesgándonos y sin dejar nada a la improvisación. Con actitud entusiasta y realista, uno puede alcanzar grandes logros, colmando así el deseo de su corazón.

Perseguir nuestras metas nos pide tiempo, dedicación, sacrificio, realismo y capacidad de discernimiento para calibrar si estamos en el camino correcto, pues si no, podemos despistarnos fácilmente y tomar una dirección contraria, desviándonos hacia ninguna parte.

Cuando los planes no funcionan

No se puede llevar a cabo un plan sin tener en cuenta lo real: lo objetivo, lo medible, lo tangible, para poder realizar un buen trabajo de análisis y evaluación. Sólo con una mente clara, y después de medir las propias fuerzas y recursos, con todas las variantes contempladas, uno puede iniciar de manera serena y lúcida, el camino que lo lleve a culminar su proyecto. De no ser así, se alejará cada vez más de la realidad y del cumplimiento de sus sueños.

Pero ¿qué ocurre a veces? Que uno lo arriesga todo y no hay manera de conseguir aquello que se desea. ¿Por qué?

Si el plan trazado no está bien pensado desde el principio, pueden surgir muchas trabas y problemas que lo hagan inviable.

Puede fallar el plan. Puede ser necesaria una revisión de las intenciones auténticas. Puede fallar el enfoque, o los recursos. Tal vez hemos puesto el acento donde no teníamos que ponerlo, y esto hace que nos alejemos del objetivo. Si no nos percatamos a tiempo, nos desviaremos cada vez más y un error puede llevar a otro, hasta que terminamos perdidos en una maraña de problemas y dificultades. Ya no sabemos dónde estamos, sólo sabemos que nuestra diana parece.

El fallo puede ser de fundamento. Quizás el plan se ha trazado sobre una base falsa, una realidad subjetiva o una proyección de nuestros deseos y necesidades. Esto nos puede complicar las cosas hasta llegar a situaciones límite. A medida que se pierde la capacidad racional, podemos cometer grandes errores. La realidad es tozuda, cruda y despiadada. Hay que aceptarla y asumirla como es, aunque nos cueste. Nuestras ilusiones no pueden obviarla, no la van a negar ni a cambiar, por mucho que queramos. Por muy dura que sea, y por mucho que nos descoloque, es lo que hay.

La realidad se impone

Negarla nos lleva a la obsesión e incluso a la violencia, porque no hay manera de culminar el plan, y nos enfadamos. Perdemos la capacidad de análisis, de razonar, y empezamos a dar vueltas y vueltas, regresando siempre al punto de partida. Nos instalamos en la irracionalidad y en nuestros sueños, y podemos permanecer así durante mucho tiempo, esperando lo imposible porque la meta que nos planteamos era errónea y no hemos sabido corregir a tiempo nuestros planes. La obstinación y la imposibilidad de llevarlos a cabo acaban frustrándonos.

Hasta que la realidad se impone y, de pronto, nos hace abrir los ojos y tocar plenamente de pies a tierra. Entonces nos damos cuenta de que hemos pasado años dando tumbos y bailando al son que marcaba nuestra ensoñación, lejos de lo que ocurría en la realidad.

Qué importante es contrastar nuestros planes, pedir opiniones y consejo, escuchar, con actitud humilde, y aprender cuando no sabemos. La soberbia de creer que lo sabemos todo y que todo está bajo control nos puede lanzar a un pozo sin fin, incluso a renunciar a nuestros principios éticos, viviendo una experiencia de continuo desgaste hasta llegar a situaciones sin sentido, y aislándonos de la comunicación con los demás. Cuando perdemos los vínculos con los demás, estamos perdiendo algo esencial de nosotros mismos.

Lo que es irrenunciable

No todos los planes son viables, ni logran buen fin. A veces hay que aprender a perder con dignidad, y a renunciar cuando la meta es imposible. No podemos poner en juego lo que es sustancial a nuestro ser. Saber perder, asumir una derrota, es una gran lección para replantear nuestra jugada. Hemos de ser humildes porque hay cosas que no siempre podremos conseguir, aunque las deseemos tanto. Pero sí podemos cambiar para afinar mejor y aprender de estas experiencias. Hemos de estar muy despiertos para no desanimarnos y saber retroceder a tiempo para reenfocar.

Todo lo que se aparta de la realidad real nos lleva hacia el pantano de las ilusiones, que, a veces, son más fuertes que la misma realidad si no vigilamos, y nos hunden en sus arenas movedizas. Cuanto más insistimos en avanzar por ahí, más nos hundimos en la miseria interior. Ojalá aprendamos a abrazar la realidad tal y como es, y no como quisiéramos que fuera. Aunque eso signifique parar a tiempo y renunciar a un plan que sólo ha conseguido llevarnos a un laberinto sin salida.

Cuando el plan te hace perderlo todo, incluso lo que más quieres, es que estaba mal concebido. Cuidado cuando nuestro plan esté dirigido solamente a objetivos materiales. Es legítimo obtener ganancias, pero que esto no nos haga perder un mayor valor: la presencia y el afecto de los tuyos, de tus amigos. Y, sobre todo, tus propios valores. Si el plan se traza con razón y corazón, será más fácil emprender un buen camino hacia tus sueños reales.

2 comentarios:

  1. Cuando un plan que parece bueno no funciona... ¡Ahí das con el dedo en la llaga! Nos cuesta reconocer dónde falló, y más si el fallo está en su misma raíz, en sus intenciones, en su enfoque. Pero el fallo esencial es este: que no tenga en cuenta la realidad, con la que siempre acabaremos topando. ¡Gracias por recordárnoslo en este escrito! Lo necesitamos.

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  2. ¡Qué buenos consejos! No podían ser de otra manera cuando vienen de un padre... de la Iglesia.

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