domingo, 1 de noviembre de 2020

Semillas que crecen sobre roca


Paseando por aquellos caminos que rodean el valle del río Farfaña, en la comarca de la Noguera, observo el rocío matinal sobre los matorrales a ambos lados del camino y reparo en una roca plana: en medio de la piedra sale un arbolillo, que crece sobre ella sin haber siquiera una grieta donde pudiera haber caído la tierra para hacer germinar un fruto. Sobre aquella piedra, sólida roca, crecía una planta, echando sus ramitas erguidas de un fresco color verde.

Sorprendido de ver esta mata en un entorno tan seco, sobre una piedra lisa sin fisuras, me pareció un diminuto jardín en medio del árido paisaje. Y me quedé pensativo. ¿Qué había ocurrido en aquella rocosa maceta natural, sin tierra, para hacer brotar la vida? Seguramente hay una razón, pero, más allá de la explicación científica y racional, quisiera extraer una lección de carácter moral y filosófico.

Las personas vivimos en un entorno que, a veces, puede semejar esa roca yerma. No todas crecen rodeadas de un marco de valores que definen su manera de ser, especialmente sus creencias. Cuántas veces nos encontramos con alguna persona que hacía tiempo no veíamos y hemos percibido un gran cambio en ella, quizás porque la teníamos encerrada en un cliché o en algún prejuicio, éramos muy conscientes de sus limitaciones y nos habíamos hecho una idea de ella. Pero, de golpe, la encontramos diferente, vemos algo nuevo que nos indica que en ella se ha producido un cambio. A veces, nuestra forma de ser tan crítica nos impide ver la posibilidad de crecimiento en el otro y, sin querer, actuamos como cirujanos sobre sus lagunas, grietas y carencias emocionales. Lo hacemos de manera fría y racional, negando su potencial de desarrollo y sin creer en su capacidad de florecer. Pensamos: ¿saldrá algo bueno de este?

Nuestros prejuicios sobre esa persona se convierten en una losa rigurosa e insensible que le cierra toda posibilidad de desplegarse, sacando lo mejor de sí. La hemos convertido en un terreno pedregoso donde no pueden brotar los mejores frutos de su corazón. Pero la naturaleza nos enseña que aún en terreno árido y seco, donde no parece posible la vida, encontramos piedras que han gestado un hermoso arbolito, que da color y belleza al paisaje. Sí, todos podemos sacar algo bueno de nosotros, aunque parezca imposible. Si una semilla cae en un corazón estéril, algo puede brotar y dar fruto.

El ser humano es permeable y siempre hay algo, una pequeña semilla, un poquito de tierra, que lo puede hacer fecundo, pese a sus lagunas. Siempre hay un paso abierto que le ayude a renacer. La gente no siempre es lo que parece. Todos estamos llamados a convertirnos en árboles que formen bosques de ramas entrelazadas. Sólo así podremos dar vida allí donde estemos.

4 comentarios:

  1. Tu escrito con alma, me invita a comentar algo que relaciono con el mismo.

    En medio del terrado de la finca donde vivo, nació una palmera en una diminuta grieta. Pensé que tal vez había sido una gaviota o el viento que trajo la semilla, de la misma manera que nosotros, de chicos, soplábamos los molinillos pidiendo un deseo sin conciencia que estábamos dando vida vegetal a las semillas que contenía.

    Arranqué la palmera para evitar que las raíces ensancharan la grieta y el vecino del sexto tuviera humedad.

    Al cabo de unos meses subí y vi que había rebrotado con más fuerza que antes. Tampoco quise darle una explicación científica, que sin duda la tiene, sino otra metafísica que a mí me satisface.

    Quiero mantenerla viva y trasplantarla a un lugar del parque con vistas al mar, donde pueda desarrollar y lucir el penacho de plumas verdes cuando yo me haya ido. Para que la disfrute cualquier paseante sin saber que un día lejano hubo un intermediario, con la fe y la esperanza de Dios nos da, para que la lluvia de abril y el sol de mayo conceda nueva vida a todo lo que Él ha creado.

    ResponderEliminar
  2. José, tu comentario es un escrito "con alma". ¡Gracias por compartirlo! Ojalá esa palmera siga creciendo y puedas trasplantarla al lugar idóneo.

    ResponderEliminar
  3. Como dices, el ver esa planta, arbusto o árbol, adherido sobre una piedra, viviendo diferente a las demás plantas, ves esto, ves algo diferente y siento que es del todo humano que cuando conocemos a alguien diferente, sobre todo si es miembro de un grupo minoritario, nos planteamos de inmediato si esta persona es “superior ó inferior” , si nos mira por encima del hombro ó todo lo contrario; todo ello obviamente de manera inconsciente.
    El auténtico valor de una persona, el más valioso, el que es exclusivo, inconfundible, el que es innato al gran ser humano, es esa capacidad tremendamente generosa de situarse en el lugar del otro, de olvidarse de uno mismo, de sustituir el YO por encima de todo a el TÚ como una misma parte. De postergar ser el centro del universo por empatizar con tus semejantes. De aparcar la falsa necesidad de nuestro ego por la bondad de prestar ayuda a los demás. De desatender nuestros arduos deseos por atender los deseos de los que de verdad te necesitan en ese momento.
    Esa cualidad, que es tan escasa en la actualidad, es la que más valor tiene, porque en un mundo tan superficial y caótico como es el actual, donde cada cuál camina en soledad y mira por si mismo, es realmente difícil encontrar a personas que no solamente se preocupen por ti sino que se ocupen de hacerte sentir feliz
    Sentir empatía requiere de un grado de atención cuantioso, de un esfuerzo extraordinario de observar al otro.
    Esta planta no está sola, es parte de un sistema, es parte de nosotros mismos, no es diferente, es referente.
    Otro punto de reflexión
    Jose Antonio

    ResponderEliminar
  4. José Antonio, gracias por tu reflexión. Estoy totalmente de acuerdo: cuando buscamos el bien y la felicidad del otro, nos encontramos a nosotros mismos. Y sentimos que todos formamos parte de la creación. Hermanos en la existencia. ¡Esta reflexión es otro escrito con alma! Un abrazo.

    ResponderEliminar