La mentira, cada vez más, forma parte de nuestra realidad cotidiana. En un mundo tan convulso, donde se constatan intereses ocultos e inconfesables, la mentira se utiliza indiscriminadamente como arma para tergiversar la verdad.
Lo peor es que socialmente está cada vez más aceptada y
asumida, se da como algo normal e incluso se justifica para sobrevivir, dejando
a un lado toda referencia ética y sin que importen las consecuencias nocivas
que pueda provocar.
La lucha por tener recursos, controlar y crecer, social y
económicamente, no da derecho a nadie para escalar posiciones sin tener en
cuenta la honestidad y la verdad. No todo vale: hay unas líneas rojas que no se
pueden pisar. Cuando la persona actúa ignorando estos límites, utiliza la
mentira como herramienta para conseguir lo que quiere. Está contribuyendo a una
sociedad cada vez más enferma y donde, al final, lo único que vale es triunfar
y conseguir lo que quieras. Lo grave es que el recurso de la mentira forma
parte de muchas relaciones humanas cuando no hay transparencia en la
comunicación. Hay mentiras en las familias, entre amigos, en el ámbito laboral,
en los medios de comunicación, en la vida social y política. Mentir es parte de
la estrategia de la casta política para conseguir sus fines, poder y dinero.
También en las instituciones y en las empresas se dan acaloradas luchas
internas para no perder influencia ni poder.
Estamos en una sociedad donde mentir es casi como respirar.
Es terrible vivir así, pues, cuando unos se mienten a otros, nace la
desconfianza y se rompen las relaciones. Pero muchas personas prefieren vivir
ocultando la verdad ante el pavor de revelar su propia identidad. Otras quieren
medrar como sea, obsesionadas por una voraz bulimia consumista. Su avaricia
llega a ser tan incontrolada que arrasan con todo a su paso, diezmando los
valores de una cultura como la nuestra, donde la verdad, la bondad y la belleza
han sido los ejes de nuestro crecimiento moral y social.
Estamos ante un declive de los valores esenciales que han
permeado nuestra cultura occidental cristiana. Si seguimos así, huérfanos de
estos grandes valores, la sociedad se irá desintegrando y perderá sus
referencias básicas. Acabaremos perdiendo nuestra identidad como personas.
¿Por qué se miente?
Me pregunto, desde un punto de vista psicológico y moral:
¿qué explicación tiene este deterioro tan importante? ¿Por qué se pierde el
amor a la verdad? La verdad ha dejado de ser un valor fundamental que forma
parte de nuestra realidad intrínseca. El hombre no se entiende sin ese vínculo
con la verdad. De no ser así, se irá destruyendo lentamente hasta perderse en
el absurdo.
El amor a la verdad sostiene nuestro entramado social. Sin
la verdad, vamos a la deriva y estamos perdidos. Basta detenerse en la lectura
de la prensa, en los medios de comunicación, las redes sociales, las series
televisivas, las películas… Repaso las noticias del mundo y me doy cuenta en la
base de los conflictos está la mentira. Como el peor de los misiles, destruye
la verdad con ráfagas permanentes. No hacen lo que dicen. Ocultan la realidad
con medias verdades o con mentiras descaradas. Hacen correr bulos para desviar
la atención y tapar la luz de la verdad. La mentira anestesia y la verdad
despierta. Pero, evidentemente, es más exigente y nos coloca ante las
cuestiones más fundamentales: la autenticidad de nuestra vida y de nuestros
valores.
Me pregunto reiteradamente: ¿por qué se miente? ¿Por qué se
distorsiona la realidad? Detrás de una mentira puede haber miedo, pánico a no
ser capaz de conseguir lo que uno desea por sus propios medios, sin hacer
trampa. Puede haber falta de valentía, inseguridad y poca fe en las capacidades
propias. También puede haber una falta de honradez, un desear tomar atajos,
conseguir resultados rápidos, saltándose los pasos necesarios.
Pero, aparte del miedo o la avidez de ganancias rápidas,
¿dónde está la raíz más profunda de la mentira? ¿Qué mecanismo se esconde
detrás? ¿Por qué la verdad asusta?
Hemos normalizado la mentira incorporándola a la vida
cotidiana, casi sin darnos cuenta. ¿De qué tenemos miedo? Nos da miedo, quizás,
ser nosotros mismos, con nuestras imperfecciones o nuestro pasado, que no nos
gusta, y queremos ocultar lo que somos porque creemos que no les agradará a los
demás y tememos el rechazo. Hemos crecido viendo mentir a la sociedad, incluso
quizás en nuestros hogares. Por un exagerado afán de protección, se tapa la
realidad que no gusta. Hay quienes quizás tienen una tendencia compulsiva a
mentir, que ya no dominan.
En esta carrera imparable donde competir no tiene límites
éticos, y donde todo vale para llegar a la meta, utilizando cualquier artimaña
para desbancar al otro, la mentira es un instrumento de poder. Quienes la
utilizan no reparan en las consecuencias. La mentira es el gran autoengaño, que
aleja de la propia dignidad y provoca daños irreparables en los demás. Cuando
la frontera entre la irrealidad y la verdad, entre la bondad y la maldad, entre
el amor y el odio, se diluye, desaparece la confianza.
La mentira va autodestruyendo a la persona, vaciándola de
toda referencia moral. Decir lo que no se piensa y ser lo que no se es
significa vivir constantemente fuera de uno mismo, porque se está renunciando a
la propia identidad. La verdad forma parte de nuestro yo más profundo. Vivir en
un montaje ficticio acaba rompiendo nuestra esencia.
Antídotos para luchar contra la mentira
Renuncia a ser lo que no eres.
No quieras ser más que los demás.
Acepta a los otros como son.
Acepta tu propia realidad.
Aprende a dar valor a lo que eres.
Renuncia a la competitividad social e intelectual.
Pero aléjate de la mediocridad y abraza la verdad como un
valor absoluto.
Te darás cuenta de que todo lo que no sea verdad es
pirotecnia mental y psicológica.
Alégrate de los talentos de los demás, y no sólo eso, sino poténcialos.
Conócete en profundidad, cada vez un poco más, para sacar lo
mejor de ti.
Todos tenemos algo bueno que compartir: desde la cooperación
y no desde el combate.
Asume los errores e incorpóralos como parte de tu
crecimiento.
Mantén tu integridad como persona, sin sofisticación.
Vive de manera humilde, serena y gozosa.
Aquí está la clave: sólo podrás construir una vida sólida
cuando ames y te entregues a los demás. Esta es la verdad fundamental que nos
sostiene.
"La persona que miente no es real" veo esa explicación clara y sabia, como todas sus palabras, Padre Joaquín. Muchas gracias por abrir cada domingo nuestras mentes y dar sentido a todas nuestras acciones.
ResponderEliminarEl miedo al rechazo o al fracaso... Quizás no se nos educa para aceptar las caídas de la vida, que todos sufrimos en algún momento. La vergüenza es un poderoso motor. En nuestra cultura hay un poco de "esquizofrenia": por un lado, se nos pide alcanzar el éxito. Por otro, se nos inculca que valemos muy poco y se fomenta la mediocridad. No se nos enseña a cultivar nuestros talentos y a alcanzar la excelencia sin necesidad de competición.
ResponderEliminarEl final del escrito es todo un programa educativo. ¡Papás, maestros y educadores, tomen nota!
Gracias.
24 de Mayo 2021 11h
ResponderEliminarGracias Padre Joaquín por su gran reflexión sobre esta nueva pandemia de la mentira. Nuestra sociedad esta inmersa en ella. Solo ,vale el competir y repesentar,el éxito pero de cara a fuera no el" éxito interior". Esto es lo importante que nuestro interior nos haga dejar huella y eso solo se construye desde el AMOR y la entrega a los mas vulnerables. Gracias.
La mentira… ¡Qué gran verdad es su existencia! porque si la mentira no existiera posiblemente, hoy día, no estaríamos escribiendo sobre ella.
ResponderEliminarPensemos en Caín cuando intenta mentir a Dios sobre la existencia de su hermano Abel. ¿Acaso soy yo su guardián? Intento inútil puesto que a Dios no podemos mentirle porque es omnisciente, pero Caín no lo sabía -como humano ignorante- y así ha continuado a través del tiempo, siendo la mentira un arma que nos defiende nuestra integridad física y moral en numerosas ocasiones.
Ya no hablaremos de otras clases de mentiras como son las compasivas que evitan hacer daño al otro, o las de ignorancia, o las de verdades a medias para salir del paso y evitar el castigo.
Yo me pregunto ¿pueden estar justificadas ciertas mentiras que eviten un sufrimiento mayor a quien las dice o las recibe? Dejo la pregunta en el aire pues como muchas de tus reflexiones, requieren de una “stoa” bajo la morera con estoicos que cuestionen y discutan, no como lo hacen algunos políticos en el Parlamento, sino como personas civilizadas que no juzgan al otro… o la otra (para estar actualizado).