Pero constato que para fortalecer mis principios cada año es
necesario pasar no unas horas, sino unos días de silencio. Ese espacio me
permite ahondar en mi vocación más genuina y en aquello que define mi identidad
y misión en el mundo. Por eso hago un esfuerzo en parar. En ese paréntesis,
reviso, planeo y organizo todo lo que hago con el fin de mejorarlo, si cabe, ya
que buscar la mejora continua forma parte del crecimiento humano y espiritual
del hombre.
Sin este oasis interior el hombre se aparta de su propia naturaleza.
Sin ese silencio que ayuda a orientar nuestra vida perdemos el norte y hasta
nuestra identidad.
Nacidos para la vida interior
El silencio forma parte de nuestra realidad más primigenia.
Somos y estamos concebidos para la interioridad: es decir, pasar un tiempo a
solas, sin prisas, susurrando al corazón y meditando sobre los aspectos más
vitales de nuestra existencia. Necesitamos, aunque no seamos conscientes de
ello, estar a solas con Dios, que es principio y fin de nuestra realidad. Él,
de manera misteriosa, nos envuelve, dando sentido a lo que somos.
Todos anhelamos pasar momentos de abandono en manos de Dios,
y más aún en medio de una lucha sin tregua en el mundo. Respirar al unísono con
Dios, de manera sosegada, es la clave para encontrar la paz y la fuerza que nos
mantendrá de pie en el combate diario. Ahondar en el misterio del hombre y su
creador forma parte de esa búsqueda que, de manera innata, nos empuja a
encontrar razones para vivir. Y las encontramos en nuestra misión.
Todos estamos llamados a adentrarnos en nuestro bosque
interior y respirar la brisa del silencio antes de emprender el camino hacia la
cumbre de la vida, donde nos dejaremos cubrir por el abrazo de un Dios Padre que
ha hecho posible nuestra existencia con el fin de que seamos felices. Seremos
capaces de alcanzar esta felicidad si nos remitimos a Aquel que es su fuente,
cuando se dé una profunda e intensa comunión con él.
El silencio terapéutico
Estos días he tenido la oportunidad de ir a un lugar en
plena naturaleza. He vuelto a sentirme en medio del silencio, sin hacer nada,
sólo caminar atento a las maravillas del entorno, un derroche constante de
belleza. Sólo estar y rezar. Rezar y estar para escuchar el sonido del
silencio. Allí, envuelto de tanta belleza, me doy cuenta de que, además de la
contaminación ambiental, existe otro tipo de contaminación: la acústica. Desde
el silencio y la soledad descubro que el ruido forma parte de uno mismo, e
incluso nos acostumbramos. Pero el exceso de ruido no es propio de la
naturaleza humana. En una sociedad donde ciertos trabajos o actividades generan
ruidos estridentes, soy consciente de que muchas veces no se pueden evitar,
pero este machaqueo constante puede generar patologías físicas y neurológicas,
pues impide un buen descanso. Descansar forma parte de nuestra salud y el ruido
urbano, desde el tránsito hasta ciertas músicas, golpea nuestra psique.
Pero hay otro tipo de ruidos, los ruidos que yo llamaría
emocionales, esos que salen de nuestro interior. Estos ruidos paralizan y nos
quitan vitalidad y fuerza. Por eso, más allá del valor espiritual, el silencio
es un recurso terapéutico para no perderse en el laberinto de las emociones y
paradojas humanas. Adquirir este hábito es prevenir una vida vacía, donde la
gente deambula sin metas.
En medio de la Creación
Estos días, en un valle bañado por un pequeño río, he
disfrutado, no haciendo cosas, sino dejándome llevar por mi viento interior,
acariciado por esa misteriosa presencia que me acompaña con los primeros rayos
de sol cuando despunta en el horizonte. He disfrutado de sonidos que no
molestan: el viento y el cantar del agua; los pájaros al amanecer, que trinan
revoloteando entre las copas de los árboles. Esto no es ruido, es música que
alegra el oído y el corazón.
Paseando en silencio me he sentido parte de la Creación y he
descubierto una vez más mi indigencia ante Dios. Todo depende de él y veo su
mano creadora cada mañana, tiñendo de matices diferentes cada amanecer.
Os invito, aunque sea a sorbitos, a que allí donde estéis,
también en la ciudad, sintáis que vuestra persona puede convertirse en un
pequeño monasterio, un jardín interior que también forma parte de esta hermosa
creación de Dios. Él os ama y sólo desea que tengáis esta certeza. Será
entonces cuando se produzca la fusión con su realidad trascendente, que tanto
anhelamos y buscamos desde nuestra concepción.
Mañana, tarde, noche. En medio de una catarata de silencios
enriquecida por una explosión de colores bellísimos, el hombre se encuentra a
sí mismo.
* * *
Si os apetece escucharlo, podéis clicar este enlace de audio.
¡El silencio! que grata palabra, junto al tiempo y el amor forman una triada mágica, incorpórea y de gran valor que sostiene nuestro espíritu terrenal sin los cuales nuestra vida sería un infierno mayor del que, algunas veces, nos envía el enemigo del ser humano.
ResponderEliminarMe gusta la foto que encabeza el artículo, es representativa del tema elegido, pues a la vez que recuerda el silencio de la Naturaleza (aunque no sea tal, pues los sonidos naturales son ricos y muy variados), nos invita a seguir caminando, sorteando obstáculos -piedras y maleza- hasta alcanzar el horizonte infinito y azul del que soñaba el poeta: "Estos días azules y este sol de la infancia…".
Después de ese verso no escribo nada más; lo dejo para que cada cual y, en silencio, medite el recorrido de su corta o larga vida que guarda dentro de sí... los buenos días pasados.
Sobre el comentario de José Añez y la tríada mágica: silencio, amor y tiempo, ¡qué apropiado me parece hablar de ella! Del escrito, aparte de su belleza, me toca la alusión a los ruidos interiores, a veces más estruendosos que los externos... ¡Gracias!
ResponderEliminarComo siempre un texto profundo lleno de grandes lecciones de vida! ¡Gracias querido padre Joaquin por tu sabiduría e amor ! Um saludo respeitoso ! 🌷
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