domingo, 9 de julio de 2023

La alegría de dar

El sol luce en sus ojos: es una mujer menudita y ágil, de sonrisa contagiosa. Tiene noventa años y se llama Rosa. Aunque su aspecto es frágil, la expresión de su cara revela una enorme vitalidad. Su mirada transmite vida y alegría.

Me deja pensativo. Una señora de esa edad, que ha pasado por situaciones complejas y difíciles, que seguramente pueden haber afectado a su salud, podría tener motivos suficientes para quejarse de la vida. Cuando las fuerzas van flaqueando o se sufre alguna enfermedad, casi todo el mundo decae y también se apaga la alegría. Pero ella, en esta mañana luminosa, está ahí, tirando de su carro, tan fresca como una flor con su mirada pilla y su sonrisa amable. Hablando con ella descubro, más allá de un carácter abierto y comunicativo, unos profundos valores humanos.

Le comento que la encuentro muy bien, como preguntándome el secreto de tanta vivacidad, y me contesta que para ella dar es una alegría. Va acompañada de una gran amiga, Ana, con la que suele pasear. Se conocen desde hace 50 años; todo empezó en la habitación de un hospital, donde Ana era enfermera y cuidadora de la madre de Rosa. Su atención y su trato hacia ella eran exquisitos. Desde entonces se fraguó una gran amistad, que ni el tiempo ni las dificultades han podido romper.

Dos ancianas viudas, cuidando una de la otra, acompañándose durante largo tiempo: un bello canto a la amistad. Las dos han sido capaces de luchar contra todo tipo de barreras y son un ejemplo de amor y de solidaridad.

Veo sus rostros arrugados, pero adivino en ellas dos almas jóvenes y tersas. El tiempo ha envejecido su piel, pero la frescura de su corazón pervive. Sonríen como las adolescentes que fueron, sólo que ahora, con la experiencia que tienen, saben mucho más. Han elegido el camino de la generosidad: dar y darse, desafiando el tiempo y manteniendo el vigor de la amistad.

Rosa es delgadita y de aspecto vivaz. Sabe cuidarse, lleva una dieta muy equilibrada, empezando el día con un buen batido de frutas. Prepara comida para sus nietos, regala platos cocinados por ella a familiares y vecinos. Dice que tiene la nevera llena... ¡para alimentar a otros! No le importa: vaciando su nevera llena su corazón.

En ella he encontrado un alma rebosante de belleza y fuerza amorosa. Salir a pasear y hablar con la gente me permite descubrir estas perlas en el corazón de las personas. ¡Cuánta gente buena hay que, desde su anonimato, sabe estar presente en la noche de quienes necesitan ayuda y calor! Ellas, que están en el otoño de la vida, llevan la primavera en su interior. Su presencia se convierte en un regalo, brisa para el alma y bálsamo dulce en el bregar cotidiano. La amistad es un néctar que baña estas historias desconocidas en medio de la gran ciudad. Encontrarme con ellas es beber un sorbo de humanidad y escuchar un canto de esperanza. A veces, en medio de la oscuridad, aparece un destello luminoso. Personas como Rosa y Ana son estrellas que iluminan el gélido firmamento de una sociedad que vive en la penumbra, alejada de la luz. A pesar de tantas tragedias, en el corazón humano hay mucha luz y un enorme caudal de bondad.

4 comentarios:

  1. Que hermosa historia, si miramos con esperanza podemos encontrar a más de una Rosa, vida plena, anónima,feliz.....

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  2. "Han elegido el camino de la generosidad"... ¡qué bonito! Y de la gratitud. Hay quien vive como si todos le debieran algo, y hay quien vive deseando dar algo de sí a los demás. Dos actitudes bien distintas. ¡Qué gran lección de vida! Gracias.

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  3. Son tantas las historias desconocidas que nos perdemos de personas que las han vivido y no las han podido transmitir que me lleva a recordar un refrán africano: "Cuando un viejo muere una enciclopedia desaparece".

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  4. Es precioso lo que nos cuenta, por suerte hay muchas personas como esas, pero no hacen ruido.

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