domingo, 17 de septiembre de 2023

Jugando bajo los naranjos

Hace unos días, caminando por el barrio, observé una escena preciosa y entrañable: un niño y su abuelo jugaban correteando en un parque, bajo los naranjos. El anciano reía, saltaba y se movía como su nieto; parecía otro niño, tanto que algunos transeúntes que pasaban por allí se quedaban extrañados viendo su conducta tan infantil.

Pero yo descubrí entre ambos una complicidad intensa, más allá de las palabras.  Conectaban tanto que no importaba lo que pudieran pensar los demás. Los ojos del niño brillaban, parecía una gacela saltando con agilidad; el abuelo lo imitaba, y para mí era un deleite ver a ese niño grande, disfrutando de la experiencia lúdica.

Pensé entonces que entre nietos y abuelos a veces se produce una sintonía muy especial, una relación bonita y diferente de la que se da con los padres.  Aquella escena me pareció conmovedora: la diferencia de edad entre ellos quizás era de unos 75 años. Sólo se puede llegar a este grado de conexión si el anciano se vuelve como otro niño, y lo hace porque los vínculos son necesarios y la dimensión lúdica es fundamental en la relación con los niños. Para crecer necesitan un espacio de ternura y amor, y también de juego, que pondrá las bases de una buena educación para alcanzar su madurez emocional y psicológica.

El esfuerzo del abuelo por adaptarse al niño y correr con él, con sus gestos, con sus movimientos, y con una alegría desbordante, es la mejor enseñanza. Ese niño, cuando sea adulto, sabrá dedicar tiempo a sus hijos y a sus nietos, aprenderá a jugar con ellos echando mano de su creatividad y su cariño.

Me detuve a mirarlos, profundamente emocionado, y me di cuenta de que los niños necesitan sentirse queridos, necesitan sentir afecto. No sólo que se les diga «te quiero», sino que se les manifieste en gestos reales: jugar y pasar tiempo con ellos les demuestra que realmente ocupan un lugar en el corazón de sus padres y abuelos. Es cierto que esto requiere una gran dosis de paciencia, tiempo y un caudal de ternura enorme.

El substrato de valores que inculquen los padres a los hijos es decisivo para el futuro adulto. La educación debe encontrar el equilibrio entre exigencia y dulzura para estimular los talentos y mejorar la conducta. Una exigencia rigurosa, que acaba en beligerancia, puede generar rupturas y lejanía Educar con firmeza no significa ser duro. Pero también es verdad que la ternura no debe caer en la blandenguería y el sentimentalismo fofo. Esto podría convertir al niño en una persona frágil, incapaz de proyectarse y afrontar los desafíos de la vida. Es un desafío para los padres.

Educar jugando

La educación debe sumar lo lúdico, lo ético y lo intelectual: estudio, juego y moral. Viendo a aquel anciano jugando con su nieto me di cuenta de que él seguía teniendo corazón de niño. ¡Qué importante es no perder la frescura, la mirada limpia, abierta a la belleza, a la sorpresa, al aprendizaje! Nunca deberíamos perder la capacidad lúdica.

Recordar nuestra infancia nos ayudará a conectar con ese niño que vive todavía dentro de nosotros, y que la sociedad, a veces muy farisaica,  entierra bajo el peso de una cultura contradictoria en sus valores.

Cuando uno va envejeciendo se pierde la elasticidad de la piel, también del alma. Para muchos, las experiencias sufridas los han marcado tanto que ni siquiera se acuerdan de sonreír, viven siempre de mal humor o se quedan con la parte amarga y negativa de su vida. Otros se aferran a una moralidad rígida que ha anestesiado al niño que balbucea en su corazón.

Lo que vi en esa tarde de septiembre me hizo pensar que reconciliarse con el niño interior es una forma de recuperar la libertad que nos hace enamorarnos del mundo y de la vida. El qué dirán y lo «políticamente correcto» son formas de autolimitarnos y cortarnos las alas. Una sociedad tan pendiente de caer bien y de la aprobación ajena puede llegar a esterilizar el potencial creativo de muchos genios.  Todos deben encajar en ciertos esquemas y los que no, son rechazados.

Esa tarde, viendo jugar al abuelo y al niño como dos cachorritos, me di cuenta de que aquel momento para ellos lo era todo. Los seres humanos alcanzamos nuestra máxima expresión como homo ludicus. Ojalá no olvidemos nunca que fuimos niños y que nuestros abuelos nos cogieron de la mano y nos ayudaron a subir las montañas de nuestra existencia. Ellos son parte de lo que ahora somos.

8 comentarios:

  1. Que curioso es crecer, dejar de ser niño, para, al final, darnos cuenta de que la sencillez, el asombro y la alegría de la infancia son los rasgos que nos hacen más felices.

    Ojala nunca dejemos de tener el corazon puro del niño que todos llevamos dentro

    Excelente meditación

    ResponderEliminar
  2. Mis abuelos no jugaron conmigo eran muy cerios. Por tanto no viví esa experiencia . (Los quise mucho

    ResponderEliminar
  3. La escena que usted comenta es ejemplar y seguro que hizo mucho bien a quienes les vieron y comunicaron la felicidad de abuelo y nieto.

    ResponderEliminar
  4. La diferencia entre el amor a los hijos y los nietos es la serenidad, el tiempo el renacer a una edad temprana. Es amor sin presiones, puro, libre.

    ResponderEliminar
  5. Padre Joaquín, leyendo su publicación, hermoso texto, hablando de los abuelos, que suerte tuve, de vivir tantos hermosos momentos con los cuatro abuelos, a mi me han marcado cada uno de ellos , para bien, estoy llena de hermosos recuerdos y vivencias, mis dos abuelas me marcaron mi forma de ser, una la fuerza y el coraje , y la madre de mi padre en la Fe.. cuantos recuerdos, que como dice usted, alimenta el alma..
    Como siempre tan certero, y humano, padre Joaquín..

    ResponderEliminar
  6. Yo me considero un privilegiado por haber llegado a conocer hasta una bisabuela. Un tesoro que no tiene precio, una fortuna que no la cambio por nada, una riqueza que engrandece la personalidad del individuo.

    ResponderEliminar
  7. ¡Qué hermoso! Al igual que algunos de los que han comentado, he disfrutado de un gran regalo: conocer a mis cuatro abuelos y pasar mucho tiempo "de calidad" con ellos. Hablando, paseando, jugando, aprendiendo con ellos. ¡Impagable! No puedo concebir mi niñez sin ellos (y el resto de mi vida).

    ResponderEliminar