Eran las seis y media de una calurosa tarde de julio, en la parroquia de san Félix. En brazos de su madre Ana Maria y ante la presencia cercana de su padre , Martina estaba a punto de recibir el sacramento del Bautismo. La familia la rodeaba, formando un nutrido grupo. Martina iniciaba su gran aventura cristiana. El simbolismo del ritual, con su profundo mensaje teológico, expresaba la hondura de una bella vida de Dios que nacía en el corazón de la niña. Abandonada en brazos de su madre, aún sin ser consciente de la trascendencia de ese momento por su condición de bebé, algo debió sentir, misteriosamente, que llenó su mirada de luz. Sin pasar por la lógica racional, la huella de ese momento atravesó su pequeña almita. Fue un encuentro: Dios la abrazaba, tanto como su madre. El instante en que se convertía en hija de Dios quedará impreso para siempre en el ADN de su alma. La potencia amorosa de Dios penetra la vida espiritual de cada ser en el inicio de su carrera cristiana.
Su máxima felicidad será la de reconocer la centralidad de Jesús en su existencia. Y así, ni las dificultades más grandes podrán apartarla de Aquel que le dio una vida sobrenatural y tanta fuerza. Esa energía de propulsión inicial la animará siempre hasta el encuentro definitivo con Dios en el cielo, tras una vida plena, volcada a hacer realidad los planes que Dios sueña para ella.
Pero esto no será posible sin la valiosa y crucial ayuda de sus padres. Su responsabilidad es asumir que la vida de Dios que hoy empieza en su hija ha de crecer y alimentarse. Y esto será posible si los padres tienen claro que Martina ha de respirar el amor que late entre ellos. Solo en la medida que ellos vivan auténticamente su fe, la semilla que hoy se ha sembrado en Martina se convertirá en una espiga fértil que podrá darse como pan a tantas personas que tienen hambre de Dios.
Hacer de una niña una adulta responsable es necesario para su equilibrio y su futuro. Pero tan importante como su crecimiento físico e intelectual es ayudarla a desarrollar su vivencia cristiana hasta que llegue a ser una adulta auténtica, capaz de hipotecar su propia vida por su gran amor: Jesús. Ojalá la coherencia de sus padres la ayude y facilite que Martina encuentre la belleza del bien, del amor a los pobres, de la libertad. Solo así su vida tendrá sentido y la vivirá con entusiasmo e intrepidez.
En esta bella escena en la parroquia de San Félix, como en un nuevo Jordán, Martina ha sido proclamada hija predilecta de Dios y la fuerza del Espíritu Santo ha bajado para posarse con ternura sobre ella, inundando su corazón de una luz más brillante que los rayos de sol. Bañada por las aguas y ungida por el óleo santo, iluminada por el cirio pascual, símbolo de la resurrección de Cristo , Martina ya forma parte de una nueva familia: la familia de los amigos de Jesús. Ya es una más entre todos aquellos que hemos decidido seguirle y amarle hasta el final de nuestros días, con el deseo más genuino de encontrarnos cara a cara con él, para siempre, en la eternidad.
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