Las manos, tan útiles y necesarias, son un miembro de nuestro cuerpo de anatomía maravillosa y extraordinaria belleza. Su forma, la delicadeza y precisión de los dedos, las articulaciones, su conexión directa con el cerebro, las convierten en esenciales para nuestro crecimiento y actividad humana.
Manos útiles y necesarias
Las manos son una preciosa herramienta que nos ayuda a conectar con el entorno, palpando el mundo físico. Nos permiten ser creativos, abriéndonos camino en nuestro anhelo de proyección.
Las manos también nos descubren el universo del otro. Es tanta la energía que generan, que podemos alcanzar un gran conocimiento de la otra persona posando nuestras manos sobre ella.
Nuestras manos están concebidas para crear, para amar, para comunicarnos. Como los pies, la cabeza u otros miembros, manifiestan la belleza del cuerpo humano.
Las manos son indispensables en nuestro devenir cotidiano. Casi siempre estamos haciendo algo con ellas. Al cabo del día, podemos contar un sinfín de cosas que hemos hecho. Cuán necesarias son, y cuántas cosas dejaríamos de hacer si no las tuviéramos. Con un bolígrafo entre las manos escribo; con mis dedos tecleo, navego por Internet buscando nuevos conocimientos. Puedo dibujar, lavar, cocinar, vestirme. Puedo conducir, conectar un aparato de música, pintar o diseñar una casa. Los sordos pueden comunicarse con las manos. Los hombres, todavía en muchos lugares del mundo, cultivan la tierra con ellas, siegan y recogen los frutos. Los artesanos fabrican muebles. El ser humano no habría evolucionado como lo ha hecho sin el auxilio de las humildes, eficaces y preciosas manos.
Las manos también pueden ser un elemento terapéutico. Qué importantes son las manos de un cirujano y las de una enfermera, las de un celador, o las de una madre que acaricia a su bebé. Son manos que curan y miman. También están las manos de un terapeuta que no sólo masajea el cuerpo, sino que estimula las conexiones cerebrales y calma la tensión nerviosa, la ansiedad, la tristeza.
Manos creadoras
Pero las manos no sólo hacen cosas útiles y necesarias para el trabajo cotidiano. Con las manos escribimos poesía y pintamos cuadros. Un cineasta filma una película, un artista esculpe sus obras de arte. Un músico plasma a través de la partitura las melodías armónicas, que luego puede dirigir con su batuta ante una orquesta. Cuando las manos dejan de ser meramente útiles se convierten en instrumento de una capacidad creadora enorme, que va más allá del pensamiento abstracto.
Es entonces cuando las manos alcanzan la trascendencia. En las manos del pintor que, con sus pinceles, atrapa sobre el lienzo un paisaje, vistiéndolo de poseía, hay una realidad más allá de lo que ven los ojos, porque pinta desde el alma. En la danza, otro arte que usa las manos y el cuerpo para expresarse, al compás de la música, hay un canto a la vida. Con la suave presión de un solo dedo, el fotógrafo inmortaliza la belleza y cristaliza en su objetivo un momento de plenitud. En el séptimo arte, el cine, las manos capturan con la cámara un instante, haciéndolo imperecedero. Cuántos momentos inolvidables han quedado impresos en nuestra memoria. Un amanecer sobre el mar o un camino otoñal, alfombrado de hojas doradas, que invita a la soledad y al recogimiento. O un campo primaveral sembrado de amapolas. O el rocío sobre la hierba. Cuánta grandiosidad podemos percibir y disfrutar con un solo movimiento de nuestros dedos.
El anhelo de ir más allá de nosotros mismos nos lleva a crear en dimensiones gigantescas. Cuántas obras arquitectónicas, maravillas de la mente humana, pueblan nuestro mundo: puentes transoceánicos, canales, islas artificiales, templos o rascacielos. Todo esto sobrepasa los límites de nuestra pequeña realidad.
En el otro extremo, vemos la precisión increíble de la nanotecnología, que nos permite almacenar y transmitir grandes cantidades de información en dispositivos minúsculos. Apenas pulsando un teclado podemos navegar por Internet a velocidades sin precedentes y las noticias recorren el planeta en cuestión de segundos.
Manos que hablan del amor
La ternura expresada a través de las manos nos habla del amor. Y cuando expresan la trascendencia, han llegado al límite de lo que pueden hacer. Es sublime partir el pan con el que no tiene, bendecir una mesa, una casa, la naturaleza, o a otra persona. Las manos de un sacerdote que consagra el pan y el vino se convierten en recipiente sagrado que contiene y reparte al mismo Dios.
¡Qué arma tan poderosa son las manos cuando se ponen al servicio del amor!
Las manos de aquellos que han decidido vivir su vocación como una vida de entrega a los demás son manos que hacen de puente entre Dios y el hombre. Desde el momento de su ordenación, el sacerdote tiene la capacidad de utilizar sus manos para derramar el agua bautismal y para ungir con el óleo del crisma la cabeza de los bebés, elevándolos a la dignidad de ser hijos de Dios. Las manos consagran el alimento de vida eterna. En la eucaristía, los movimientos de manos son importantes: manos abiertas, que se elevan, que bendicen, que sostienen el pan y el vino, que administran la comunión. Manos que dan la paz al compañero, que invitan con un gesto, que saludan y envían. Las manos del sacerdote también nos dan el perdón misericordioso cuando nos sentimos pecadores y necesitamos volver al corazón del Padre. Bendicen a aquellos que van a contraer matrimonio, lanzándose a la aventura del amor cristiano, deseando que Dios corone su hogar. Bendicen dos libertades que se atreven a navegar juntas. Y bendicen, también, y ungen, al enfermo que necesita fortaleza y al moribundo, acompañándolos en los últimos pasos de su trayecto vital.
Dar la vida, rescatar, curar: estas son las manos de Jesús de Nazaret. Las manos que acabaron clavadas en la cruz eran las mismas que habían obrado milagros, devuelto la vista a los ciegos, curado a los paralíticos y resucitado a los muertos. Solo imponiendo sus manos, Jesús fue capaz de transmitir luz, fuerza, vida, a quienes estaban faltos de ellas. Toda su vida fue un continuo bendecir. Cuando se llega a este punto, las manos ya no solo están ligadas al cerebro, sino directamente al corazón de Dios. Es entonces cuando las manos únicamente pueden obrar el bien, derramando la bondad que reciben de Aquel que es todo amor.
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