Después de una jornada intensa, el atardecer da paso a la noche, momento para el sosiego y la calma. La noche nos llama al descanso, a la serenidad, a cambiar de ritmo. La noche, con su penumbra, nos ayuda a tomar conciencia de que somos mortales y necesitamos detenernos y reparar fuerzas, resetear nuestro cuerpo y desconectar.
Venimos del silencio creador y volvemos a él. Estamos hechos frágiles y contingentes. A menudo el ruido permanente y el estrés de cada día nos empujan, pero la prisa no es lo propio del ser humano. La noche nos recuerda que necesitamos reposo y que, como las plantas, nuestro cuerpo está ligado a un ciclo natural que requiere descansar.
Pero cuántas veces, para muchas personas, la pacífica noche se convierte en la continuidad del ritmo acelerado del día, ya no para el trabajo, sino para un ocio desmesurado, que acaba siendo frenesí. En la oscuridad, se lanzan vertiginosamente al sinsentido, quizás huyendo del vacío más angustioso, perdiendo la lucidez y el propio sentido de la medida y el equilibrio justo. Entre la música machacona, que golpea insistentemente el oído, y las copas, se multiplican las sensaciones y se crea un estado mental de euforia colectiva que raya lo inhumano, y donde el horizonte vital se diluye. La noche acoge una explosión de instintos exacerbados y distorsionados. Del frenesí y el éxtasis colectivo, cuántas veces no se pasa al estercolero de las miserias humanas. En el deseo de calmar la angustia, cuántas personas se pierden y olvidan su verdadera naturaleza humana. La noche, como huida adelante, les ayuda a esquivar el peso de su existencia y la realidad cotidiana que son incapaces de asumir : su responsabilidad, su trabajo, su familia.
Diríase que muchos no soportan crecer y madurar, no soportan la presión de un trabajo, la convivencia y el roce con los familiares, con los amigos. Por eso necesitan construir ese espacio de realidad paralela, artificial y egocéntrica, que les hace vibrar y sentirse más vivos que la hermosa y sencilla cotidianidad.
En el fondo de esta huida, hay también una sed de amor y la tragedia de una búsqueda mal orientada. ¿Quién piensa, en el frenesí de la noche, que el amor es fidelidad, es constancia, es lealtad? ¿Quién piensa que el amor pide sentimientos, pero que es mucho más que una pasión voluble? ¿Quién se plantea que el amor es un proyecto de toda la vida, que se construye día a día con madurez, entrega y creatividad? El amor, más que una huida adelante en la noche vertiginosa, es un encuentro donde hay rostros, nombres e historias personales. Un encuentro que pide coraje, deseo de entregarse y, también, mucha luz.
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