A lo largo de mi vida me he encontrado con muchas personas que viven en
sus familias conflictos de raíces muy antiguas. Viejas heridas mal cerradas,
traumas y resentimientos que no se han curado y que van creciendo, ausencias,
silencios… Todo esto genera nudos que se van arrastrando con el tiempo hasta
que estallan. Y así se llega a situaciones límite de dolor en las que parece
que no hay salida.
Llegados a este punto,
¿qué solución hay? ¿O acaso no hay ninguna solución? ¿Queremos buscarla o nos
supone demasiado esfuerzo? Si lo deseamos, ¿estamos dispuestos a cambiar
nuestros esquemas mentales? Hay que atreverse, con valentía y humildad, a
reconocer todo lo que no hemos hecho bien y estar dispuesto a pasar por esa
depuración interior que nos hará ver con lucidez cada momento de nuestra
historia. Quizás hemos ido dando vueltas sobre nosotros mismos y sobre los
mismos problemas, hundiéndonos en un pozo cada vez más profundo y oscuro. ¿Seremos
capaces de reconocer cuándo tomamos la dirección equivocada que nos ha llevado
a este bosque inhóspito, que cuanto más nos adentramos en él más aumenta la
sensación angustiosa de estar en un callejón sin salida?
Reconocer con humildad
los errores cometidos es el inicio de una apertura a la luz en medio de la
agónica soledad del laberinto. Para esto se requiere de un redoblado esfuerzo y
sacrificio y mucha dosis de generosidad. Así, comenzaremos a abrirnos camino hacia
la salida de la penumbra. Una vez que hagamos este ejercicio de reconocimiento
sereno hay que dejar los reproches atrás y empezar la travesía hacia el reencuentro.
Esto requiere de mucha bondad y esperanza, pero se ha de empezar con el perdón
y la reconciliación.
Reconciliados estaremos a
punto para sentir esa paz tan deseada que un día perdimos cuando nos desviamos
del camino. Y solo desde esta paz fundamentada en el perdón estaremos
preparados para el reencuentro. Pero para esto todos hemos de querer y tomar la
iniciativa con gestos de desagravio. El perdón es lo único que sana y que nos
puede liberar de ese lastre del pasado.
Puede parecer ingenuo y,
tal como están las cosas, llegados a un límite parece imposible salir de este
hoyo. Pero quiero pensar que cada persona tiene algo dentro que la hace grande
y valiente; aunque sea en un recóndito lugar de su corazón, hay bondad, amor,
generosidad. El hombre es capaz de grandes gestas porque así lo lleva inscrito
en lo más hondo de su ser. El hombre tiene la capacidad de ir más allá de sí
mismo si sabe liberarse de los miedos y los resentimientos que asfixian su
libertad y su capacidad de discernir. Pero si no pronunciamos un sí a la vida, libre
y responsable, no podremos cambiar nuestra historia.
Si no sabemos hacer una
tregua acabaremos en la más horrible de las tragedias, que es vivir en el
infierno de un egoísmo sin límites. O podemos optar por el perdón, la comprensión,
la misericordia, la alegría y la aceptación serena del pasado.
Solo así se producirá el
encuentro que ardientemente deseamos. De este éxodo sacaremos una gran lección
que convertirá el dolor en fuente de sabiduría. Y aunque deje secuelas y
cicatrices, volveremos a mirarnos a los ojos y a descubrir que, pese al tormento,
todavía queda en las miradas un brillo, un resto de inocencia que no se ha
oscurecido.
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