domingo, 25 de noviembre de 2012

Saliendo de la penumbra


A lo largo de mi vida me he encontrado con muchas personas que viven en sus familias conflictos de raíces muy antiguas. Viejas heridas mal cerradas, traumas y resentimientos que no se han curado y que van creciendo, ausencias, silencios… Todo esto genera nudos que se van arrastrando con el tiempo hasta que estallan. Y así se llega a situaciones límite de dolor en las que parece que no hay salida.

Llegados a este punto, ¿qué solución hay? ¿O acaso no hay ninguna solución? ¿Queremos buscarla o nos supone demasiado esfuerzo? Si lo deseamos, ¿estamos dispuestos a cambiar nuestros esquemas mentales? Hay que atreverse, con valentía y humildad, a reconocer todo lo que no hemos hecho bien y estar dispuesto a pasar por esa depuración interior que nos hará ver con lucidez cada momento de nuestra historia. Quizás hemos ido dando vueltas sobre nosotros mismos y sobre los mismos problemas, hundiéndonos en un pozo cada vez más profundo y oscuro. ¿Seremos capaces de reconocer cuándo tomamos la dirección equivocada que nos ha llevado a este bosque inhóspito, que cuanto más nos adentramos en él más aumenta la sensación angustiosa de estar en un callejón sin salida?

Reconocer con humildad los errores cometidos es el inicio de una apertura a la luz en medio de la agónica soledad del laberinto. Para esto se requiere de un redoblado esfuerzo y sacrificio y mucha dosis de generosidad. Así, comenzaremos a abrirnos camino hacia la salida de la penumbra. Una vez que hagamos este ejercicio de reconocimiento sereno hay que dejar los reproches atrás y empezar la travesía hacia el reencuentro. Esto requiere de mucha bondad y esperanza, pero se ha de empezar con el perdón y la reconciliación.

Reconciliados estaremos a punto para sentir esa paz tan deseada que un día perdimos cuando nos desviamos del camino. Y solo desde esta paz fundamentada en el perdón estaremos preparados para el reencuentro. Pero para esto todos hemos de querer y tomar la iniciativa con gestos de desagravio. El perdón es lo único que sana y que nos puede liberar de ese lastre del pasado.

Puede parecer ingenuo y, tal como están las cosas, llegados a un límite parece imposible salir de este hoyo. Pero quiero pensar que cada persona tiene algo dentro que la hace grande y valiente; aunque sea en un recóndito lugar de su corazón, hay bondad, amor, generosidad. El hombre es capaz de grandes gestas porque así lo lleva inscrito en lo más hondo de su ser. El hombre tiene la capacidad de ir más allá de sí mismo si sabe liberarse de los miedos y los resentimientos que asfixian su libertad y su capacidad de discernir. Pero si no pronunciamos un sí a la vida, libre y responsable, no podremos cambiar nuestra historia.

Si no sabemos hacer una tregua acabaremos en la más horrible de las tragedias, que es vivir en el infierno de un egoísmo sin límites. O podemos optar por el perdón, la comprensión, la misericordia, la alegría y la aceptación serena del pasado.

Solo así se producirá el encuentro que ardientemente deseamos. De este éxodo sacaremos una gran lección que convertirá el dolor en fuente de sabiduría. Y aunque deje secuelas y cicatrices, volveremos a mirarnos a los ojos y a descubrir que, pese al tormento, todavía queda en las miradas un brillo, un resto de inocencia que no se ha oscurecido. 

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