domingo, 15 de diciembre de 2019

Incontinencia verbal

Invasión de palabras


¿Qué hay detrás de las ansias incontroladas de hablar y hablar? ¿Qué se oculta tras esa catarata desmedida de palabras que salen de la boca? ¿A qué responde? ¿Tiene una explicación psicológica o neurológica?

Lo cierto es que las personas muy habladoras acaban produciendo cansancio a su interlocutor. La invasión de palabras, excesivas o reiterativas, agotan y pueden llegar a provocar el alejamiento.

Entiendo la necesidad de comunicarse. Es vital para las relaciones de la persona y su proyección social. Hablar es algo innato en el ser humano. La comunicación nos permite abrirnos a los demás y, en una relación más estrecha, abrir el corazón al otro. Forma parte de un intercambio necesario, ya que huimos de la soledad y los demás forman parte de nuestra vida. El tejido social y familiar sostiene nuestra realidad. Somos gregarios por naturaleza y la comunicación es básica para nuestro desarrollo. Pero, siendo crucial, la habilidad comunicadora, como todo, debe tener sus límites.

El diálogo necesita escucha


Considero que la comunicación, para que sea real y profunda, necesita de momentos de pausa y escucha, porque, si no es así, se pierde su finalidad. En vez de conectar, la riada de palabras se convierte en una catarata de hielo, que sólo golpea y hace ruido, pero no transmite. El que escucha quedará agotado.

Hablar siempre de uno mismo, de los mismos temas, con la misma insistencia demoledora, obligando al otro a prestar oído, sí o sí: todo esto destruye la comunicación auténtica. Ciertas personas se comportan así. El interlocutor no les importa, en realidad. Lo que les importa es ser escuchadas, y no buscan opinión ni consejo, sólo una palangana donde verter sus tormentas emocionales y abocar las náuseas de su vida. Se podría hablar casi de una «violación verbal» cuando se fuerza al otro a escuchar para canalizar la propia incontinencia verbal.

¿Qué les ocurre a estas personas? ¿Les da vértigo el silencio? ¿Temen escuchar al otro? Quizás no quieren, porque escuchar es afrontar su situación, y hablar es una forma de huir de sí mismas. Levantan una muralla de palabras que tapan lo que realmente no quieren ver en su corazón.

Seguramente hay una razón de carácter más psicológico. ¿Qué pasó en la infancia de estas personas? ¿No las dejaron expresarse lo suficiente? ¿No fueron escuchadas? ¿Crecieron con alguna carencia emocional, que las reprimió y les impidió canalizar su deseo de comunicación? ¿Es una forma de llamar la atención, el disfraz de un terrible narcisismo? Si no se convierten en vedettes, sienten que no son nadie. ¿O acaso tienen un problema en su sistema nervioso?

Lo cierto es que, si la palabra no vehicula un contenido, no hay comunicación. Sólo cuando se da sentido a la palabra es cuando esta, no sólo no molesta, sino que despierta el deseo de escuchar.

De corazón a corazón


Cuando la comunicación pasa de corazón a corazón, se hace más veraz, auténtica y deseable. Logra romper toda barrera y llegar hasta lo más hondo del ser: entonces se convierte en poesía, en belleza. Nos deleitamos escuchando, porque esta palabra está saciando nuestra hambre de plenitud y esto nos hace ser más personas, más humanos. Después de una rica conversación, se necesita el silencio de la pausa y la soledad para saborear la belleza que hemos descubierto en el alma humana. El silencio permite extraer el mejor jugo a las palabras armónicas y llenas de sabiduría. Este silencio no estorba a la palabra, sino al contrario. Toda la vida se hace poesía, y se concibe como don y como un espacio estético. El hombre alcanza la plenitud cuando el acto sagrado de hablar significa algo más que decir cosas.

Cuando la palabra no sale desde dentro del corazón fácilmente se puede utilizar como un medio de poder sobre el otro: esto es matar o prostituir la comunicación. Pero cuando las palabras expresan amor, servicio y entrega, se convierten en punta de lanza que se dirige a la diana del corazón. Es entonces cuando la comunicación deviene una auténtica fiesta con sentimientos de gozo pleno. Los grandes místicos saben narrar con palabras muy bellas todo lo que trata de Dios y de la existencia. Son fruto de una comunicación con Aquel que es el sostén de su vida, un Dios que nos habla en el silencio más profundo de nuestro corazón. Cuando entramos en la dimensión de lo divino, la comunicación se convierte en éxtasis, en deleite pleno. 

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