Francisco era un joven despierto, un verdadero galán que
supo conquistar el corazón de Ana. Cuando la conoció se dio cuenta de que era
la mujer de su vida y así iniciaron un apasionante aventura de amor.
Simpático, creativo, irónico y trabajador incansable,
Francisco tenía dotes para el teatro, y las ejerció, pero también tenía muy
claro lo que quería. Su pasión amorosa era un fuego intenso que nunca se apagó.
Siendo ella tan diferente, su relación era una sólida roca.
Si Francisco era el Sol, Ana era la Luna; si él era el mar, ella era la playa;
si ella era toda dulzura, él era un terremoto expansivo. Ella era la quietud,
él era inquieto. Los dos, a su manera, supieron dar lo mejor a los suyos. Se
desvivieron porque su familia fuera un auténtico hogar. Para Víctor, Jorge
Javier, Inmaculada, Francisco José y Alejandro, su padre fue un gran referente
educativo. Nunca dudaron de que quería lo mejor para sus hijos.
He tenido la oportunidad de presidir el responso por
Francisco y allí percibí un enorme cariño y gratitud de los suyos. Con la
lectura entrañable de los recuerdos del abuelo, escritos por una de sus nietas,
descubrí el derroche de amor que desprendían esas palabras. La emoción invadía
la sala, en medio de sonrisas. ¡Qué hermosa vinculación entre el abuelo y sus
nietos! ¡Qué importantes son los abuelos! Y qué los padres faciliten esa
relación. Fue bonito comprobar la complicidad entre Francisco y sus nietos.
No menos profundo y agradecido fue el testimonio de su hijo
Víctor, que supo hilvanar con realismo el vínculo interpersonal con su padre. Lo
describió como el hombre más importante en su vida, y explicó cómo, en momentos
clave, le ayudó, desde la libertad y el respeto, a abrirse camino. Lo que más
me impresionó fue el enorme cariño de toda la familia hacia Francisco. La suya
es una historia no exenta de dificultades, como todas, pero ellos superaron las
situaciones más complejas para mantener una bella realidad que estaba por
encima de los defectos: la fidelidad familiar los cohesionaba.
El amor de los esposos, Francisco y Ana, estuvo bañado con
el perfume de la alegría. La unión de la intrepidez y la dulzura fue el
fundamento de este hogar, ejemplo para muchas familias.
Francisco era un feligrés entrañable. Entre el humor y la ironía,
amaba a su parroquia y la apoyaba, participando en las celebraciones litúrgicas
como buen lector. Mi vinculación con él fue espontánea y llena de gratitud.
Francisco, hoy, forma parte de ese rosario de personas buenas, integradas en la
comunidad parroquial, que supieron dar lo mejor desde su fe, su carisma y su
espíritu de servicio. Como dije en la homilía del responso, la muerte nunca es
el final para los cristianos. Cuando hay una sólida relación de amor, ni la
muerte puede vencerlo. La historia de un amor apasionado nunca puede morir.
Tras la muerte, habrá una continuación, una segunda parte que durará para
siempre, en la eternidad. Es un misterio insondable, que va más allá de nuestra
racionalidad. Lo verdadero y lo auténtico siempre permanece.
Gracias, Francisco, por tu entrega, por tu servicio y tu
alegría.
Con gratitud,
P. Joaquín.
Estimado Joaquin, apreciamos muchísimo tu amistad , cariño y empatía con todos nosotros en este momento tan decisivo de una vida.
ResponderEliminarAcompañaste a mi padre en sus últimos momentos para que se fuera en paz y después seguiste cuidándole y cuidándonos en los siguientes días con tus maravillosos escritos muestra de tu sensibilidad y amor.
Te lo agradecemos profundamente todos.
Con carño , Muchas gracias 🙏🏽
Que buenas y bonitas palabras sabe tener Mn. Joaquín para un feligrés de su parroquia. Seguro que era así!
ResponderEliminarPor lo que pude conocerlos, ¡sí, eran así! Lo más bonito es eso, ver que los amores de verdad duran y lo superan todo... Necesitamos ejemplos así. ¡Gracias!
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