Miedo a volar
Todos anhelamos con todas nuestras fuerzas la libertad. Sin
ella los sueños no se pueden alcanzar. La libertad es una perla preciosa que
quisiéramos disfrutar y tener en nuestras manos. Se ha convertido en un
talismán. ¿Por qué la deseamos tanto? Hablamos mucho de ella, pero nunca se
acaba de disfrutar. Corremos hacia ella pero se nos escapa. ¿Qué frena ese
deseo vinculado a lo más íntimo de nuestro ser?
¿Y si, en el fondo, tenemos miedo a volar? Nos da vértigo
deslizarnos por las corrientes internas de nuestra existencia. Nos da miedo no
solo a caer en el abismo, sino también a alcanzar las alturas.
El ser humano está constituido para ser libre. La
experiencia de planear en el cielo de su existencia lo llevará a la plenitud.
Solo cuando aprende a hacer piruetas en las alturas, sin miedo a caer, comienza
a paladear el sabor de la auténtica libertad. Porque ya se ha liberado del
miedo y aprende a reinventarse a cada momento. Para llegar a esta etapa, ¿qué
tenemos que hacer?
Desencadenarse del yugo
Primero, reconocer nuestra propia vulnerabilidad, nuestras
limitaciones, miedos e inseguridades. Una vez reconozcamos nuestra
contingencia, podremos asumirla con paz. Nadie se convierte en un hombre completo hasta que no consigue liberarse
de las ataduras que le impiden proyectarse y crear. Necesita vencerlas para
lanzarse a la conquista de su propia libertad.
Una vez descubiertos nuestros nudos más íntimos, podemos
desplegar las alas. Estamos tan acostumbrados a la inercia paralizante y
estéril del miedo que vivimos casi sin darnos cuenta en un mundo interior,
cerrado, justificando siempre nuestra situación y cayendo en el victimismo.
Esta inercia nos lleva a instalarnos, por un lado, en la fragilidad
psicológica. Y, por otro, en el fatalismo. Todo esfuerzo nos parece inútil y
preferimos caer en el narcisismo autocomplaciente para evitar retarnos a
nosotros mismos. Decimos: soy así, y las
circunstancias no me permiten cambiar. Así es como nos convertimos en esclavos
de nuestros miedos.
Cuando uno es capaz de desencadenarse del yugo del pánico
empieza rehacer su vida. El miedo puede ser un concepto psicológico, pero no
existencial ni espiritual. El miedo puede estar provocado por etapas
emocionales que van cambiando según la situación. Cuando nos situamos en el
plano del ser es cuando comenzamos a ser libres. Para esto hemos sido creados,
para sobrevolar las alturas, para hacer posibles todos nuestros sueños, todos nuestros
deseos.
Volverse hacia la luz
Alcanzada la libertad, el miedo ya no es obstáculo. No
quiere decir esto que no se tenga miedo, porque así es la naturaleza del
hombre, pero los problemas ya no se convierten en cadenas, sino en grandes
oportunidades. Es verdad que en cada uno hay sombras, pero la luz es más fuerte
y llega hasta el último rincón de nuestro interior. Podemos tener cataratas en
los ojos, pequeñas sombras que nos molestan en la visión, pero no nos impiden
ver la luz, ni sentir el calor del sol. Así ocurre también con nuestra alma.
La vida seguirá siendo tal como es. Si nos concentramos en
la penumbra, veremos la realidad segmentada y estaremos hipotecando nuestra
fuerza interior y nuestra libertad. Los miedos nos hacen ver sombras, a veces
ficticias, que empañan nuestra visión de la realidad y nos impiden ver con
claridad. El hombre alcanza la libertad cuando sabe aceptar sus límites sin que
esto le impida soñar y hacer lo que le dicta su corazón.
El hombre será libre cuando ni las dudas, ni el qué dirán,
ni el miedo al fracaso le impidan seguir mirando al cielo sin que nadie le
quite el coraje de afrontar sus desafíos.
Genes de libertad
Llevamos en nuestro interior genes de libertad. La libertad,
el amor y la felicidad son los anhelos más genuinos de toda persona que quiere
convertir su vida en una fascinante aventura interior. Renunciar a ellos
significa quedarnos fuera de la vida, al margen, empequeñecidos, convertidos en
sombras grises.
Sin libertad uno se muere por dentro. La libertad es el
impulso intrépido que nos hace señores de nuestra vida, del tiempo, del
presente y del futuro. El que vive libre ya en el presente, aquí y ahora, vive
el futuro que está construyendo. Porque la libertad tiende una línea invisible,
pero real, que une el pasado con el presente y el futuro. La persona libre vive
más allá del tiempo porque aprende a trascender. Su visión del futuro es la
meta del presente y el sueño del pasado. Sueños, metas y acción son la columna
vertebral de la libertad y la arquitectura de la felicidad.
El sueño de Dios es la libertad de su criatura, llamada a
vivir la vocación del amor, del servicio, de la generosidad. La fuerza del amor
es tan potente que desintegra los efectos negativos del miedo. Transforma los
estados emocionales pesimistas en sentimientos y experiencias de plenitud.
Solo cuando el hombre es capaz de amar es enteramente libre,
y esto ocurre cuando sale de sí mismo y se vuelve a mirar al otro. Como para
las aves volar, para el pez nadar en el océano y para el caballo trotar en las
pampas, la libertad para el hombre es amar.
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