Una de las cuestiones más importantes que se plantea el ser
humano es el conocimiento de sí mismo. Aunque nos parezca incómodo, de manera
progresiva nos vamos dando cuenta de cómo somos, y a veces nos topamos con
cosas que no nos gustan. La tendencia a compararnos con otros hace más difícil
aceptar nuestros propios límites.
Hay cosas que nos gustan, y otras que no. El físico: alto,
bajo, feo, guapo, gordo, flaco. Nuestras habilidades, emociones y sentimientos.
Reconocemos nuestros límites y queremos controlar nuestras reacciones para
poder alcanzar nuestras metas. Sobre todo nos preocupa el qué dirán y aquellas
limitaciones que afectan nuestra inteligencia, salud y aspecto físico. Muchas
veces creernos inadecuados nos genera un sentimiento de autodesprecio. La opinión
ajena pesa como una losa terrible sobre la vida de muchas personas, minando su
autoestima y provocándoles inseguridad, miedo y desorientación. En realidad,
dar demasiada importancia a lo que dice la sociedad puede paralizar y conducir
a la frustración y al desespero.
Como siempre, es un problema de percepción de uno mismo y de
los demás. Debes asumir que ni tú ni las personas a las que amas son perfectas.
Como humanos, todos estamos cargados de historias personales, familiares y
emocionales; de defectos, limitaciones y miedos. Todos, por mucho que ofrezcamos
una imagen serena, de estabilidad y ecuanimidad, todos, como diría un teólogo,
tenemos agujeros y experiencias que nos han marcado. La cuestión de fondo es
tener la sabia humildad de saber que somos fruto de otras personas que nos han
querido, aunque estuvieran cargadas de imperfecciones y defectos.
Esto es básico para reorientar la vida. Están surgiendo
muchas terapias alternativas que prometen ser la gran solución a los problemas
vitales de la persona. Halagando la autoestima, algunas de ellas sacan el
dinero de los pacientes de manera muy sutil. Así mismo proliferan desde
hace años los libros de autoayuda,
brindando tantos métodos y soluciones que uno se pierde en un bosque
laberíntico. Una persona insatisfecha y desorientada puede pasarse la vida
buscando sin llegar a ningún lugar.
Detrás de esta variada oferta y de la búsqueda de tantas
personas inquietas hay un hambre de sentido, por un lado, y un afán de lucro
por parte de muchos gurús o líderes ―no
todos, pero sí muchos―. De
aquí que cada uno presente su terapia o su sistema como la panacea que
soluciona todos los problemas, desde la identidad propia, el pasado y los
traumas de la infancia hasta las inseguridades presentes y los miedos al
futuro. La terapia se convierte en una máquina de hacer dinero y, de manera muy
sutil, crea una dependencia con el paciente.
Todo es más sencillo. En el fondo, uno mismo ya sabe cómo
es, ¡claro que lo sabemos! La cuestión es tener el coraje de aceptarse con
humildad y reconocer que, aún con sus límites y defectos, cada persona vale más
que el universo entero. En la vida no se trata de caer bien a todos, ni de ser
el primero, ni de convertirse en un superman o una superwoman. Un amigo me
decía: imagina una gran estepa poblada por millones de personas. Nadie es más
importante que los otros, todos somos iguales. El crecimiento personal no
consiste en ser perfecto o en no tener agujeros, sino en saber que los tienes y
convivir con ellos sin que sean para ti un problema, aunque los demás sí hagan
un problema de ellos. Nadie puede huir de su contingencia: somos vulnerables,
enfermamos, padecemos dolores físicos, emocionales y espirituales. Sentimos
dolor, rabia, tristeza. Nos equivocamos. ¡Este es nuestro mundo real! Luchas,
aciertos, errores, avances y retrocesos. Nos caemos y nos levantamos de nuevo;
saltamos de alegría ante una buena noticia, o nos entristecemos con el duelo
que nos pesa en el corazón. Es nuestra manera de existir, con un corazón que
anhela, que sueña, que avanza intrépido pero que también tiembla ante el futuro
incierto. Cabalgamos a lomos de la existencia y ante la meta que nos espera el
corazón se nos encoge. Somos capaces de lo mejor, pero también del peor error.
Es nuestra naturaleza humana, donde conviven estas realidades tan diversas.
A pesar de su fragilidad, solo el hombre, en todo el
universo, posee un corazón, una mente y un alma que, bien armonizados, lo hacen
dueño de su existencia. Hay un anhelo de mejora innato que hemos de potenciar,
sin obsesiones ni vanidades. Tampoco se trata de resignarnos o de rendirnos:
soy así, no puedo hacer nada. Pero el punto de partida es la aceptación. Abrazar
el cómo soy será el pilar de equilibrio. La única manera de ser que tenemos es
ser lo que somos y quienes somos, con todo lo que esto conlleva. De no ser así,
no seríamos. Llegar a entender y aceptar esto es necesario para una vida plena.
Por tanto, prefiero ser una persona limitada antes que perderme en las
vaguedades de ciertas filosofías.
El ser humano, aunque limitado, es lo mejor de la creación.
¡Cuánto valor tiene! ¿Somos capaces de verlo? De cómo abracemos nuestra
realidad dependerá la felicidad que experimentemos.
La grandeza del hombre es que, a pesar de su pequeñez,
anhela el infinito: es la búsqueda de la razón última que da sentido a la vida.
Ojalá aprendamos a vivir con calma y paz nuestra existencia, limitada pero
valiosa, por el hecho de ser polvo en medio del universo, pero criatura soñada
y amada por el Creador, un Dios personal que nos ama desde nuestra concepción
hasta nuestro reencuentro con la Vida.
Joaquín
Iglesias
4
octubre 2014 – San Francisco de Asís
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