Cuántas veces hemos oído
que, a base de repetir una mentira, nos la acabamos creyendo y la convertimos
en una verdad para nosotros. Esta afirmación tiene que ver mucho con una
personalidad difusa, quizás con un problema de identidad personal, miedo a
aceptar lo que somos o la realidad que vivimos. Bajo la mentira escondemos un
aspecto de nuestra vida que no queremos que el otro conozca. Nos da miedo que
el otro descubra cómo somos. Es como si necesitáramos crear una vida ficticia entre lo que sentimos y lo
que decimos.
El lenguaje a veces
delata esta ambivalencia. ¿Por qué ocurre esto? ¿Necesitamos falsear la
realidad para que no nos resulte tan dura y difícil de digerir?
Hay quienes insisten en
realzar sus grandes hazañas, diciendo que han supuesto un enorme sacrificio,
cuando la realidad ha sido muy diferente. Se han acostumbrado tanto a su propia
película, la han repetido tantas veces, que finalmente creen en esta falsa
historia. Temen quedar al descubierto, aunque en el fondo saben muy bien que no
es correcto. Se hacen tan suya esta mentira que podríamos decir que ha
configurado su estructura mental. Y les es difícil reconocer que tienen
necesidad de fabular quizás porque lo necesitan para sobrevivir.
Hay personas que repiten
hasta la saciedad que han trabajado como esclavas y que todo lo han hecho por
los demás, sacrificándose por su bienestar. Si profundizamos quizás
descubriremos, con asombro, que en muchos casos esto no ha sido así: ni ha
habido tales beneficios para los demás ni siquiera una gratificación para uno
mismo. Pero la historia se ha manipulado y la divulgan en su entorno familiar,
vecinal, entre amigos y conocidos. Tiñen su relato de teatralidad y asumen el
papel de víctimas, cometiendo la injusticia de hacer creer a los demás que sus
seres más cercanos son los malos de la película, causantes de todos sus males.
¿Por qué ocurre esto en
tantas familias? ¿Qué ha pasado? No cabe duda de que en el origen de todo hay
una experiencia dolorosa que han sufrido y necesitan protegerse de algo o de
alguien. Por temor a decir la verdad se recurre a una mentira inventada. Aquí
ya no solo se trata de un tema ético, sino patológico. Muchas personas, por
miedo a la bronca, a quedarse solas, por inercia o por desdoblamiento de la
personalidad, mienten compulsivamente. Consigo mismas son unas, y con los demás
son otras. ¿Les da pánico que los demás las vean tal como son? ¿Son los demás
el problema? ¿O está dentro de uno mismo?
La humildad de aceptarse
A muchas personas les
cuesta aceptarse a sí mismas: no son como los demás, o como los demás quisieran
que fueran. El qué dirán, o lo que
piensan los otros, las presiona hasta el punto de condicionar su personalidad.
Es entonces cuando buscan sobrevivir entre la tensión del yo y del tú, entre lo
que yo quiero de mí mismo y lo que quieren los demás de mí.
¿Dónde podría estar la
solución del problema? En algún caso se puede requerir la intervención de un
profesional. Pero, más allá de esto, se requiere el coraje de tener narices,
poner distancia entre uno mismo y los demás, entre la propia realidad y la
realidad de los otros. Tener la fuerza y la convicción mental y espiritual de
que nadie es mejor que nadie. Tener la humildad de reconocer que cada cual
tiene agujeros, limitaciones, pasados familiares traumáticos, y aceptar todo
esto, descubriendo que en nuestro interior hay una persona libre.
Abrazando el pasado nos
liberamos de la cadena del victimismo. Aceptemos con humildad lo que tenemos y
somos sin compararnos con nadie, porque nadie es perfecto y todos, finalmente,
necesitamos sentarnos en un inodoro y tirar de la cadena. Descubramos con
serenidad la grandeza que hay en nuestro corazón y démonos cuenta de que la
vida tiene sentido, incluso en el sufrimiento. Cuando nos abrimos a los demás seremos capaces de dar lo mejor que tenemos
dentro. Solo así seremos dueños de nuestra vida y de nuestra libertad.
Cuando con realismo
existencial aceptamos que somos fruto de una historia, incluso oscura,
descubriremos que no estamos en el mundo para sacar las castañas de nuestros
antepasados ni para ensimismarnos en las lágrimas de la autocompasión. Todo
esto, por doloroso que sea, ha hecho posible nuestra existencia.
Reconciliarse es liberarse
Cuando te reconcilias con
tu pasado, con tus orígenes y tu historia, haces las paces contigo mismo. Solo
así podrás emprender la auténtica hazaña de la libertad, dejando de ser enemigo
de ti mismo y dejando de pensar que los demás son tus enemigos.
Ha llegado la hora no
solo de la curación psicológica, sino de la sanación global. Abrazando tu
existencia empieza la complicidad contigo mismo y la apertura sincera hacia los
demás. Entonces comprenderás que todos somos hermanos en la existencia y
estamos unidos en una fraternidad universal.
Amen, así es.
ResponderEliminarUn saludoi